vendredi 14 septembre 2018

El caso en contra de las carreras - Andrew Taggart

Cuando los niños americanos son jóvenes, son interrogados repetidamente por sus padres, profesores y otros adultos sobre qué quieren ser cuando crezcan. A mi mejor saber y entender, raramente un adulto inquisitivo espera escuchar: "Un ser humano gentil abierto a lo que la vida me traiga."
La cuestión de qué "ser" o mejor, qué ocupación escoger, pronto se convierte en una de las ideas fijas de los niños, algo que con el tiempo, toma el centro del escenario en sus esperanzas y sueños más pragmáticos para el futuro. El jardín de niños hasta el grado 12 han llegado a funcionar como una forma de producir trabajadores de conocimiento, impulsando cursos en STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería, Matemáticas) mientras se aseguran que las clases de Taller de Madera y ética continuarán pasadas de moda o se mantendrán "lo que hacen pocos niños extraños". Posteriormente, las universidades forzosamente impulsarán esta agenda empleando consejeros profesionales, creando centros de recursos profesionales, haciendo seguimiento de la colocación de carreras profesionales e incentivando con estas estadísticas a los futuros estudiantes. Todo lo que mantendrá girando el molino.
A través de sus años de formación, entonces, los jóvenes están siendo martillados con la idea de que necesitan tener una carrera - no solo cualquier carrera sino más especialmente una carrera que "valga la pena" y que sea "satisfactoria". Esta narrativa se ha enrizado profundamente en el sentido común que se ha vuelto dificil incluso verla mucho menos cuestionarla.
Pero la cuestionaré. Soy lo que Kate McFarland y D. JoAnne Swanson llaman un "anti-carrerista" y le invito a que se vuelva uno también.

¿Qué es una carrera?

El expresidente de Facebook, Sean Parker, una vez remarcó, "pienso que una carrera es algo que su padre trae a casa en un portafolio cada noche, luciendo cansado." Pienso que es peor que eso. Creo que las carreras son una idea mala y destructiva - no solo para la persona que se embarca en una, sino para todos.
Pero para ver esto, primero necesitaremos comprender qué es una carrera.
Una carrera no se reduce a un trabajo o a una cadena de trabajos. Un trabajo, una invención conceptual del siglo XIX, es una manera de empacar, mediante un contrado empleador-empleado, alguna contribución razonable que el empleado puede querer hacer al mundo jungo con medio de vida (un pago estable) y un conjunto de beneficios (nada menos que la cobertura en salud, que se ligó con un empleo remunerado solamente después de la segunda guerra mundial). Pero si tenemos trabajos cuando somos chicos, con toda razón no pensábamos que esos fueran, en la mayoría de los casos, el comienzo de nuestras carreras. Esto es porque una carrera es cierta clase de relación continua que tenemos con un trabajo remunerado ( o con una mezcla de trabajo no remunerado y remunerado). ¿Pero qué clase de relación es esta?
Una carrera es una historia de progreso en primera persona centrada en el trabajo sobre el transcurso de la vida de un individuo, una historia que confiere un sentido de propósito y unidad sobre unas experiencias de trabajo específicas (prácticas, trabajos, actuaciones, proyectos, premios, promociones, etc.) como también una identidad formal (periodista, bombero, contador, coach ejecutivo, consejero de arte independiente, etc.) sobre un individuo. El objetivo de la carrera y entonces la vida del carrerista es el éxito en el trabajo.
Esta definición aplica tanto al Hombre de Organización de mitad de siglo, un trabajador que intercambia lealtad a una organización particular por un empleo potencial de vida allí, como también a la figura más reciente llamada un "dueño de portafolio". Un "dueño de portafolio" es alguien que, siento un producto del siglo XXI, "se inspira en otras disciplinas para crear una carrera personal adaptable y diversificada". Esto es una carrera personalizada y no estandarizada. El "dueño de portafolio" puede pertenecer a ninguna industria u ocupación establecida, pero de alguna forma toma lo que está haciendo para ser una pieza del portafolio de carrera que está diseñando.
Ya sea es Carrera 1.0 (que promete avance de carrera mediante promociones y el recibo de más títulos senior, con frecuencia en la misma organización estable y multi-generacional) o Carrera 2.0 (que requiere un portafolio personalizado que pueda demostrar el avance propio a través de un mundo de trabajo precario que es dominado cada vez más por proyectos independientes y a corto plazo) no importa. Los dos presumen la centralidad de una historia que me cuento a mí mismo no solo sobre el trabajo que hago, sino sobre todo, sobre quién soy.

Cómo "la muerte de Dios" llevó al nacimiento de la carrera

En 1882,  Nietzsche contó la historia terrible de un hombre loco que una mañana brillante corrió en el mercado, proclamando que aunque había buscado a Dios durante mucho tiempo, no podía encontrarlo. Y la razón por la que no podía encontrarlo es que, "Lo hemos matado, usted y yo! Todos somos sus asesinos". Mientras tanto, la multitud se ríe de la "diversión" y puede solamente mirarlo "con sorpresa". El concluye que el "evento prodigioso aún está en cambino": La Muerte de Dios ya ha ocurrido - sin fanfarria - pero no el reconocimiento amplio cultural de su magnitud, de su gran importancia para ellos y para las futuras generaciones.
Para ser claros, la parábola no tiene que ver con una pérdida individual de la creencia en Dios (algunos individuos creen y seguirán creyendo), sino más con la pérdida de una imagen metafísica compartida del universo. Esta es la pérdida, no menor, de lo que otro filósofo, Jean-Francois Lyotard, una vez llamó una “metanarrativa,” una manera compartida de dar sentido del cosmos y de brindar sentido a millones de seres humanos. Y así, todo lo que ha guiado a la cultura Europea durante miles de años ha sido barrido abruptamente, dejando solamente el aquí y el ahora, el polvo y el hueso de la tierra, a su paso.
Sin la creencia de que mi vida es parte de un drama cósmico que se desarrolla alrededor y a través mío, estoy inmerso en un nuevo mundo donde creo que solamente tengo una vida para vivir; donde estoy existencialmente solo en todo esto; y donde no puedo hacer más que trabajar en el mundo antes de desaparecer de él. No es sorprendente entonces que conceptos seculares surjan en este tiempo para brindar una nueva, aunque inadecuada forma a las vidas humanas. Las cuatro que tengo en mente son: placer, amor romántico, deportes y carreras. Estas preocupaciones seculares se han convertido esencialmente en las únicas que la mayoría de personas han aceptado hoy. Buscamos el placer sexual a través de vínculos sueltos de amistad (pasando el rato mientras bebemos cerveza) y a través de la forma consensual de moralidad sexual (testimonio de la cultura de conexión de Tinder); buscamos el amor romántico monógamo con la esperanza de que satisfará nuestras necesidades emocionales más profundas; nos dedicamos al ejercicio físico o hacemos deporte, un pasatiempo solamente popularizado en los últimos 100 años, como un fin en sí mismo y como un medio para mejorar la salud por el bien de una mayor productividad; y seguimos carreras, las cuales solo fueron inventadas en el siglo XIX y solamente llegaron a ser prominentes después de la segunda guerra mundial, como los objetivos finales de nuestras vidas.
Sin saberlo, aceptamos las carreras por nuestro riesgo, pues la carrera es un pálido sustituto para la pérdida de una visión y una fe compartida culturalmente. Esta es la pérdida metafísica e histórica mundial, una pérdida que aún no hemos reconocido, ni mucho menos duelado.

Por qué la carrera es algo bastante malo

Para empezar, se basa en justificaciones de acciones (o inacciones) lo que está enfocado estrechamente en el interés personal. No es que realizar una cirugía sea necesariamente algo malo. Pero si el doctor realiza la cirugía expresamente porque está tratando de avanzar en su carrera, entonces pude estar realizando una cirugía innecesaria y el paciente puede ser puesto en riesgo innecesariamente. Y esto no es un caso aislado, siempre que estar comprometido con el carrerismo fácilmente lo compromete también con dar justificaciones a sus acciones (o inacciones) que no están primariamente centradas en lo que sea correcto hacer para las personas relevantes a mano sino en las mejores formas de ir adelante.
En el peor de los casos, estos patrones justificatorios nos enseñan a ser solipsistas insensibles. Por lo menos, su presencia nos hace estar enredados en conflictos creados por el mismo carrerismo: ¿Hago lo correcto solo porque es lo correcto y entonces corro el riesgo de sacrificar mis propias ambiciones? ¿O promuevo mis ambiciones a expensas posibles o reales de otros? Esta clase de conflicto puede no estar presente en cada caso, pero está construido en la estructura del carrerismo.
En la cima de justificaciones egoístas es incluso una ilusión mayor. La clase de trabajo-centrismo suscrito por la carrera nos enseña a cada uno de nosotros a identificarnos con el trabajo que hacemos y como resultado estar completamente apegados a esa identidad. Consecuentemente, muchas personas se sienten ansiosas cuando esa identidad es amenazada, orgullosos cuando es afirmada y totalmente perdidas cuando desaparece.
En nuestra sociedad de trabajo, por ejemplo, los ancianos a menudo no tienen lugar o rol a jugar después de que no pueden trabajar más. Una mujer que necesitaba retirarse de su cátedra debido a un lupus me escribió recientemente para decirme que el "foco amplificado en el trabajo (en nuestra cultura) no solamente disminuye la vida en las formas que usted describe, sino que también marginaliza al mayor y al enfermo, y roba a los jóvenes de una infancia imaginativa". Ella concluye: "No hay modelos culturales en nuestro mundo para el ocio con dignidad". Y esto es así porque no hay modelos culturales vigentes que nos inviten a desidentificarnos de lo que sea que hacemos y así podamos continuar el trabajo que hacemos por el tiempo que lo hacemos y con el cuidado adecuado, pero sin quedar colgados con serlo. Al perpetuar esta fuerte identificación, la carrera termina causando sufrimiento a todo tipo de personas.
Guiar desde la crianza del egoísmo y el empujón hacia la fuerte identificación es la objeción más contundente a la carrera. Es que la carrera impide sentir la ansiedad vital existencial que de otra forma sentiríamos al obligarnos a confundir cualquier mínima satisfacción que encontremos a través de las historias del trabajo con un sentido de plenitud suprema. Pero esta última es una promesa que simplemente la carrera no puede cumplir. Ningún trabajo que hagamos, sin importar cuán satisfactorio pueda ser, puede ofrecernos un sentido de máxima realización. Solamente las experiencias trascendentes, aquellas que nos llevan más allá de nuestro sentido ordinario de ser y entonces nos revelan nuestro hogar en el cosmos, pueden brindarnos la satisfacción duradera que buscamos. Ninguna acción humana por sí misma puede traer gracia y nada menos lo hará.
Si, por lo tanto, garantizamos que ningún trabajo que hagamos puede proveernos con una realización suprema, entonces estamos inconscientemente lanzándonos a la pregunta existencial: ¿quién o qué soy realmente si no soy lo que hago para vivir? ¿Quién soy si no soy la historia centrada en el trabajo que he estado contándome todos estos años? ¿Por qué estoy aquí si no estoy fundamentalmente aquí para eso?

Una idea mala pero persistente

Durante mucho tiempo, la carrera ha sido una idea mala pero persistente. Se ha aferrado a la vida social, algunas veces cambiando de forma, casi siempre preocupada en vano por su apariencia vana. Pero su tiempo ha llegado.
Debemos dejar de preguntar a nuestros niños lo que quieren ser cuando sean grandes. Es una pregunta perniciosa. Y debemos querer vivir en un mundo donde la pregunta concreta, "Qué hace?", sea vista tan terriblemente vulgar que no vale la pena una consideración seria. Debemos matar esa pregunta también.
En cambio, debemos preguntar a nuestros niños, cómo en un sentido fundamental, desean vivir; qué y por quién quieren cuidar; lo que finalmente buscarán; por qué o por quién están dispuestos a morir; en qué formas pueden estar abiertos a lo que la vida les brinda; y cómo pueden, mientras mueren, estar tan llendos con la vida que cierren sus ojos libres de arrepentimientos y resentimientos y en paz con todo lo que es.

Matar la carrera - llámela la Muerte de la Carrera - es comenzar a despertar a la vida.

Fuente: https://work.qz.com/1342191/a-modern-workforce-needs-a-new-take-on-careers/

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