mardi 24 novembre 2020

Sobre el poder sanador de la Creatividad Femenina - Otto Scharmer

Sobre el poder sanador de la creatividad femenina: 5 cosas que mi madre me enseñó a través de su vida

El artista avant garde del siglo XX, Joseph Beuys según se informa una vez dijo que hay dos formas de creatividad en la tierra - la creatividad de los artistas, creando algo fuera de nosotros mismos y la creatividad de las mujeres, permitiendo la creación de algo dentro de nosotros mismos.

Hoy hace un año, mi madre, Margret Scharmer (1938-2019), cruzó el umbral. Quiero honrar su vida compartiendo cinco reflexiones personales, cinco experiencias de aprendizaje que ahora comienzo a ver más claramente. Creo que representan el poder despertador de la creatividad femenina, el cual es tal vez la tercera forma de creatividad en la tierra: una creatividad relacional que transforma cómo nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás.

(1) El amor incondicional está en la base de todo

La verdad profunda de esta frase está tal vez encarnada por todas las madres. El compromiso incondicional de Margret para apoyar a sus seres amados con todo lo necesario, en cualquier lugar y en cualquier momento, fue parte de lo que ella era. Solamente tarde en la vida aprendí que no hay nada automático respecto a encuerpar el amor incondicional. Es una elección, es algo que podemos escoger encarnar o no. Crecer en un entorno de amor incondicional es un regalo para el desarrollo propio. Es como si a tu ser se le diera suelo, un lugar en el planeta donde puedes echar raíces, anclarte. 

(2) La confianza incondicional en tu trayectoria futura.

Mi madre creía incondicionalmente en mi trayectoria futura, en el camino futuro de sus seres amados. Nada podría quebrar esa creencia. Esta creencia profundamente positiva en algo que no se había manifestado aún, algo que era solo una idea o un sueño, era otro aspecto clave de la pedagogía generativa de mi madre. No era solo una creencia general en una posibilidad futura. No, en su caso también significaba estar presente, aparecer en algunas coyunturas críticas, siempre que el sueño del futuro pasara a estar en real riesgo. Ella siempre se aparecía, funcionando casi como uno de nuestros "mejores ángeles", siempre convencida de que un día nuestros sueños se harían reales. Su confianza incondicional proporcionó un ambiente para mi propia conexión vertical con una sensación profunda de posibilidad futura.

(3) Cerrar el ciclo de retroalimentación con tu ser emergente. 

Tal vez el conocimiento más importante que podemos lograr como seres humanos es un profundo conocimiento de nosotros mismos. El auto-conocimiento está en la base de todo desarrollo humano. Lo sabemos. Pero en realidad, ¿cómo profundizamos nuestro auto-conocimiento? La única forma en la que aprendemos sobre nosotros mismos es a través de los ojos y la retroalimentación de los demás. Todo lo que sabemos sobre nosotros mismos es mediante el reflejo de otros, que es lo que hace crítico la retroalimentación que recibimos. La retroalimentación puede ir mal en dos formas: por concentrarse demasiado en lo negativo o por concentrarse en lo meramente positivo. Lo que recuerdo que mi madre hacía era algo a lo que hoy me refiero como "retroalimentación dorada fundamentada". La llamo fundamentada porque está fundamentada en datos reales, en lo que otras personas le dicen sobre mí. La llamo dorada porque habla a tu ser futuro emergente. Aún recuerdo mi perplejidad y asombro respecto a lo que ella había estado compartiendo en algunos de esos momentos pequeños pero especiales. Eso ayudó a mi ser más joven a ser menos negativo y menos crítico conmigo mismo. 

Estos tres puntos reflejan tres dimensiones centrales de cómo una madre - o un educador - puede crear condiciones de aprendizaje generativas para el desarrollo humano: proporcionando un terreno sustentador en el cual enraizarse (amor incondicional); proporcionando un entorno para sentir las posibilidades futuras más elevadas (confianza incondicional); y al cerrar el ciclo de retroalimentación proporcionando retroalimentación dorada fundamentada. 

(4) Ser el cambio...

Más importante que todo lo que decimos es por supuesto lo que hacemos. Margret no era solamente una estudiante y aprendiz de toda la vida. Se reinventó a sí misma profesionalmente después de pasar el co-liderazgo de la granja de la familia a la siguiente generación, al convertirse en estudiante y profesional en Fendelkrais, estudiando y haciendo conferencias a lo largo de Europa sobre agricultura regenerativa y el movimiento de mujeres agricultoras. Ella también interpretaba el piano y asistía a talleres de teatro y poesía con su padre hasta sus últimos años. Siempre que los visitaba los temas de conversación - y sus áreas de interés - iban desde la familia y lo personal hasta lo que estaba sucediendo en diferentes regiones del mundo hacia cuestiones emergentes profundas sobre lo social, lo ecológico y la crisis espiritual de nuestro tiempo. Algunas veces a medida que las personas envejecen, su horizonte mental tiende a reducirse o encogerse. Nada de eso aplicó a ninguno de mis padres. Tal vez fuera cierto lo contrario.

(5) Sigue tu llamado, sigue tu dicha

Mi madre creció en una granja al norte de Alemania, y aunque ella era la mejor estudiante en su clase, sus padres no pudieron enviarla a la escuela secundaria por razones financieras. El gran sueño de su vida, ir a la ciudad y asistir a la universidad, fue destrozado. Al tratar con esta profunda decepción, ella sabía algo con certeza: nunca terminaría casándose con un agricultor. Entonces, cuando aún tenía 18, mi padre llegó - y ella hizo exactamente eso: se casó con un agricultor.

Así, ¿estaba siguiendo su dicha? No totalmente. Eso hubiera incluido ir a la ciudad, asistir a una universidad, etc. Pero, ¿estaba siguiendo su llamado? Si, ello lo hacía. Siguió su llamado incluso cuando la llevó a un territorio fuera de su zona de confort. Personalmente, sé que en mi vida se me han dado muchas oportunidades - ir a la ciudad, asistir a la secundaria y a la universidad, y entonces salir al mundo - que ella soñó para sí misma pero nunca consiguió. Pero mi propia habilidad para hacer esas cosas está muy en deuda con las decisiones y sacrificios de mi madre.

Tal vez la lección aquí es sobre lo que queremos decir con seguir tu dicha. Seguir tu dicha - esto es, seguir tu propio sentido de la pasión y propósito -tiene una verdad y resonancia profunda. Pero una forma un poco diferente de expresarlo es "seguir tu llamado". Esto significa no solamente seguir tu pasión y propósito percibido, sino también seguir las necesidades profundas de nuestro tiempo. Esto es algo que Margret encarnó en cada aspecto de su vida.

Así que una vez más, tal vez no hay dos sino tres formas de creatividad en la tierra. La primera es la creatividad que sucede fuera de nosotros. La segunda es la creatividad que sucede dentro de nosotros mismos. Y la tercera es la creatividad que sucede en el espacio relacional entre esos lugares. Reflexionando sobre mi madre como maestra, aquí están los principios dorados que estoy comenzando a ver a través de sus acciones:

  • Tener los pies en la tierra: arraigar en el contexto de su lugar (amor incondicional).
  • Estar alineado hacia arriba: alinearse verticalmente (confianza incondicional en el futuro).
  • Estar conectado lateralmente: cerrar el ciclo de retroalimentación con su yo emergente (retroalimentación dorada).
  • Encarnar: ser el cambio que quiere ver.
  • Seguir su llamado, incluso si lo desvía del camino convencional o preconcebido.

Estos principios son muy personales, pero al mismo tiempo pueden ser vistos como sistémicos. Ellos pertenecen a un patrón mayor, a un cambio que está sucediendo en nuestro planeta ahora mismo. Es un cambio desde una vieja civilización a menudo moldeada por una masculinidad tóxica hacia una emergente que es moldeada por un mejor balance entre las cualidades masculinas y femeninas. En esa nueva civilización el poder de la creatividad y sanación femenina se despertaría y se activaría en todos nosotros.

Como para mí, debo estos principios sanadores fundamentales a mi madre. Ella fue mi maestra en muchas más formas de las que puedo expresar. Aprecio y respeto su presencia con una profunda reverencia. Pero la reverencia real que tal vez ella espera no es en forma de palabras, sino en forma de continuar la línea de trabajo que ella y mi padre comenzaron hace más de 60 años en nuestra granja: sanación planetaria y renovación de la civilización en pasos pequeños pero prácticos. Ni más ni menos.

Otto Scharmer - Senior Lecturer, MIT. Co-founder, Presencing Institute. www.ottoscharmer.com

Fuente: https://ottoscharmer.medium.com/on-the-awakening-power-of-the-feminine-5-things-my-mother-taught-me-through-her-life-1a4e72a265c7

vendredi 5 juin 2020

Notas sobre la Vergüenza - Blaire Lindsay

La sombra de la vergüenza
Respuestas a la vergüenza desde la perspectiva del sistema nervioso
Con las emociones incómodas como la vergüenza:

  • Ser honesto
  • Tener una perspectiva exploratoria
  • Sin pretender ser experta
  • Compartir la experiencia

La vergüenza es una emoción muy difícil de sentir
Es muy difícil de sentir y de darle presencia en mi cuerpo
Brené Brown hace la distinción entre vergüenza y culpa.
Vergüenza es la sensación de que “soy una mala persona”.
Es importante hacer la distinción: Puede que haga algo equivocado, pero eso no me hace una mala persona.
Lo que comencé a explorar ahora es la función o posible propósito de la vergüenza para ayudarnos en nuestra expansión y en nuestra evolución.
Especialmente ahora, en este tiempo.
La razón por la que siento vergüenza es por que he cometido muchos errores últimamente – con personas de mi comunidad, en mi interacción con personas marginalizadas.
“estoy un poco nerviosa, porque creo que me voy a equivocar”
“probablemente lo harás y tienes que hacerlo”
Para personas que no tienen que pensar en problemas de otras con su identidad de género,
Vamos a cometer errores y esto es parte del proceso de sanación y crecimiento en nuestro conocimiento, es básicamente "embarrarla".
Soy una persona que realmente está cómoda detrás de la máscara de ser gentil, nada es mejor que ser amable y políticamente correcta.
Estas experiencias de equivocarse son realmente difíciles.
Les quiero hablar sobre la importancia de permanecer en esos espacios en los que hay dificultad y en los que cometemos errores.
Si cometo un error no es porque sea una mala persona pero además no significa que no he cometido un error y que tengo que asumir la responsabilidad.
Entonces estar en ese lugar donde sientes que echaste a perder algo, cometiste un error, le hiciste daño a alguien, ofendiste a alguien, es un lugar delicado para estar pero también es un lugar del que no tenemos porqué huir.
He estado observándome a mí misma y viendo colectivamente ciertas respuestas a la vergüenza, porque es una emoción tan complicada, que tenemos respuestas inconscientes para ella – que están basadas en cómo opera nuestro sistema nervioso.

  • Una respuesta a cuando alguien nos dice: lo arruinaste, te equivocaste, eso no se sintió bien, me heriste, una respuesta cuando no estamos permitiéndonos sentirla, apropiarnos de ella y estar en ella, es la pelea. Nos volvemos defensivos, “no, no lo fue”, no haría eso, no era mi intención, no me entendiste, no es eso lo que yo quería decir – esa naturaleza defensiva de “no, yo no hice eso”. Es el tipo de cosas que hago todo el tiempo

No hay un juicio aquí, entorno a este tipo de respuestas. Es como estas respuestas defensivas: No hice eso, no era mi intención, ¿de qué estás hablando?
En esencia es la forma en que nuestro cuerpo maneja una respuesta de supervivencia.
De no sentir esa emoción realmente dolorosa: “lo arruiné”
Herir a alguien y aceptar “Si, hice algo equivocado”
Hay una respuesta que veo al hacerme consciente de mí misma cuando surge el mecanismo de defensa en lugar de sentarme con esta emoción

  • Otra respuesta es apagar el mesenger, no volver a hablar con la persona, como decir ya se acabó, cruzó la línea, no entendí y huir.

Sin juicios aquí, pero qué respuesta interesante alguien diciendo “te equivocaste, me ofendiste, me heriste” es la respuesta de huida

  • La otra respuesta es la de congelarnos. Bloquearse “hice algo malo”, “no sé qué hacer”, “no sé cómo excusarme”. No sé qué hacer entonces no hago nada y permanezco en estado de congelamiento… tal vez durante una hora, las siguientes 5 horas.

Podemos también incluir la respuesta “divertida” también, es ir al modo complaciente: “lo siento mucho, ¿cómo puedo mejorarlo?”
No hay nada de malo con ninguna de estas respuestas, pero hay tanto oro en simplemente sentarse en esa experiencia de  “cometí un error”
Y no hacer esas cosas, o incluso solamente ser consciente que son respuestas internas. “Noto surgir ese sistema de defensa, es interesante, me voy a poner a la defensiva, quiero hacer oídos sordos, ”
Cuando contenemos la emoción, pienso – para muchos de nosotros es difícil, significa mucho. Cuando permanecemos lo suficiente con la emoción y reconocemos las respuestas que surgen, lo que puede suceder es que comencemos a metabolizar la vergüenza más fácilmente o más rápidamente que antes, tal vez.
Tal vez llegamos a ese lugar en el que realmente nos apropiamos de nuestros errores y hablamos sobre ellos sin colapsar y sin llegar a estar a la defensiva y así podamos corregir lo que ha estado equivocado o crear las reparaciones necesarias
Tal vez hay un regalo en ser capaz de estar en ese estado con nosotros mismos, sentir la incomodidad – con todos los recursos que podamos necesitar, tal vez un terapeuta, una pareja, que nos mantenga conectados con las cosas difíciles.
Tal vez es una buena cosa para mejorar
Hay tanta sombra en torno a la vergüenza, puede ser tan visceral, y como experiencia muy dolorosa,
Pienso que es muy importante que nos abramos a la experiencia y que podamos tomar las acciones necesarias, para reparar las equivocaciones
Hay una gran lección allí para mí

vendredi 29 mai 2020

El mito de la Conspiración

Mayo 2020

El otro día me divirtió leer una crítica de La Coronación en la que el autor estaba absolutamente seguro de que soy un teórico de la conspiración en el armario. Era tan persuasivo que yo casi le creía.
¿Qué es una teoría de la conspiración de todos modos? A veces, el término se despliega en contra de cualquiera que cuestione la autoridad, que disienta de los paradigmas dominantes o piense que los intereses ocultos influyen en nuestras instituciones líderes. Como tal, es una forma de aplastar a los disidentes e intimidar a quienes intentan enfrentarse a los abusos de poder. No es necesario abandonar el pensamiento crítico para creer que las instituciones poderosas a veces coluden, conspiran, se encubren unas a otras y son corruptas. Si eso es lo que se entiende por teoría de la conspiración, obviamente algunas de esas teorías son ciertas. ¿Alguien recuerda a Enron? ¿Iran-Contra? ¿COINTELPRO? ¿Vioxx? ¿Armas iraquíes de destrucción masiva?
Durante la época de Covid-19, otro nivel de teoría de la conspiración ha alcanzado una importancia que va mucho más allá de las historias específicas de colusión y corrupción para plantear la conspiración como un principio explicativo central de cómo funciona el mundo. Impulsado por la respuesta autoritaria a la pandemia (justificable o no, encierro, cuarentena, vigilancia y seguimiento, censura de información errónea, suspensión de la libertad de reunión y otras libertades civiles, etc., son de hecho autoritarias), esta archi-teoría de la conspiración sostiene que una camarilla de personas con información privilegiada y hambrientas de poder creó deliberadamente la pandemia o, al menos, la está explotando sin compasión para asustar al público para que acepte un gobierno mundial totalitario bajo la ley marcial médica permanente, un Nuevo Orden Mundial (NWO por sus siglas en inglés). Además, este grupo malvado, estos illuminati, manejan los hilos de todos los principales gobiernos, corporaciones, las Naciones Unidas, la OMS, los CDC, los medios de comunicación, los servicios de inteligencia, los bancos y las ONG. En otras palabras, dicen, todo lo que se nos dice es una mentira, y el mundo está en manos del mal.
Entonces, ¿qué pienso sobre esa teoría? Creo que es un mito. ¿Y qué es un mito? Un mito no es lo mismo que una fantasía o una ilusión. Los mitos son vehículos de la verdad, y esa verdad no tiene por qué ser literal. Los mitos griegos clásicos, por ejemplo, parecen simple entretenimiento hasta que uno los decodifica asociando a cada dios con las fuerzas psicosociales. De esta manera, los mitos traen luz a las sombras y revelan lo que ha sido reprimido. Toman una verdad sobre la psique o la sociedad y la convierten en una historia. La verdad de un mito no depende de si es objetivamente verificable. Esa es una de las razones por las que, en La Coronación, dije que mi propósito no es abogar ni desacreditar la narrativa de la conspiración, sino más bien mirar lo que ilumina. Después de todo, no es demostrable ni refutable.
¿Qué es verdad sobre el mito de la conspiración? Debajo de su iterpretación literal, transmite información importante que ignoramos con gran peligro.
Primero, demuestra la impactante extensión de la alienación pública de las instituciones de autoridad. Para todas las batallas políticas de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, hubo al menos un amplio consenso sobre los hechos básicos y sobre dónde se podían encontrar los hechos. Las instituciones clave de producción de conocimiento (ciencia y periodismo) gozaron de una gran confianza pública. Si el New York Times y CBS Evening News decía que Vietnam del Norte atacó a los Estados Unidos en el Golfo de Tonkin, la mayoría de la gente lo creía. Si la ciencia dijera que la energía nuclear y el DDT eran seguros, la mayoría de la gente también lo creía. Hasta cierto punto, esa confianza fue bien ganada. Los periodistas a veces desafiaron los intereses de los poderosos, como con la exposición de Seymour Hersh de la masacre de My Lai, o los informes de Woodward & Bernstein reportando sobre Watergate. La ciencia, en la vanguardia de la marcha hacia adelante de la civilización, tenía fama de perseguir objetivamente el conocimiento desafiando a las autoridades religiosas tradicionales, así como una reputación de alto desdén por motivos políticos y financieros.
Hoy, el amplio consenso de confianza en la ciencia y el periodismo está hecho jirones. Conozco a varias personas altamente educadas que creen que la tierra es plana. Al descartar a los fanáticos de las tierras planas y a las decenas de millones de seguidores de narrativas alternativas menos extremas (históricas, médicas, políticas y científicas) como ignorantes, estamos confundiendo los síntomas con la causa. Su pérdida de confianza es un síntoma claro de una pérdida de confiabilidad. Nuestras instituciones de producción de conocimiento han traicionado la confianza pública en repetidas ocasiones, al igual que nuestras instituciones políticas. Ahora, muchas personas no les creerán incluso cuando digan la verdad. Esto debe ser frustrante para el médico escrupuloso, científico o funcionario público. Para ellos, el problema parece un público enloquecido, una marea creciente de irracionalidad anti-científica que está poniendo en peligro la salud pública. La solución, desde esa perspectiva, sería combatir la ignorancia. Es casi como si la ignorancia fuera un virus (de hecho, he escuchado esa frase antes) que debe controlarse a través del mismo tipo de cuarentena (por ejemplo, censura) que aplicamos al coronavirus.
Irónicamente, otro tipo de ignorancia impregna ambos esfuerzos: la ignorancia del terreno. ¿Cuál es el tejido enfermo sobre el cual se engancha el virus de la ignorancia? La pérdida de confianza en la ciencia, el periodismo y el gobierno refleja su larga corrupción: su arrogancia y elitismo, su alianza con los intereses corporativos y su represión institucionalizada a la disidencia. El mito de la conspiración encarna la realización de una profunda desconexión entre las posturas públicas de nuestros líderes y sus verdaderas motivaciones y planes. Habla de una cultura política que es opaca para el ciudadano común, un mundo de secreto, imagen, relaciones públicas, cuéntos, óptica, puntos de conversación, gestión de la percepción, gestión narrativa y guerra de información. No es de extrañar que las personas sospechen que hay otra realidad operando detrás de las cortinas.
En segundo lugar, el mito de la conspiración da forma narrativa a una intuición auténtica de que un poder inhumano gobierna el mundo. ¿Cuál podría ser ese poder? El mito de la conspiración ubica ese poder en un grupo de seres humanos malévolos (que toman órdenes, en algunas versiones, de entidades extraterrestres o demoníacas). Ahí radica un cierto consuelo psicológico, porque ahora hay alguien a quien culpar en una narrativa familiar de nosotros contra ellos y psicología de víctima-perpetrador-rescatador. Alternativamente, podríamos ubicar el "poder inhumano" en sistemas o ideologías, no en un grupo de conspiradores. Eso es menos gratificante psicológicamente, porque ya no podemos identificarnos fácilmente como buenos combatiendo malos; después de todo, nosotros mismos participamos en estos sistemas, que impregnan toda nuestra sociedad. Los sistemas como el sistema monetario basado en la deuda, el patriarcado, la supremacía blanca o el capitalismo no pueden eliminarse luchando contra sus administradores. Crean roles para que los malvados los llenen, pero los malvados son funcionarios; títeres, no titiriteros. La intuición básica de las teorías de la conspiración es cierta: los que creemos que tienen poder no son más que marionetas del poder real en el mundo.
Hace un par de semanas, estaba en una llamada con una persona que tenía un alto cargo en la administración de Obama y que aún participa en círculos de élite. Él dijo: "No hay nadie conduciendo el autobús". De hecho, estaba un poco decepcionado, porque en efecto, hay una parte de mí que desea que el problema sea un montón de conspiradores cobardes. ¿Por qué? Porque entonces los problemas de nuestro mundo serían bastante fáciles de resolver, al menos en principio. Solo exponga y elimine a esos tipos malos. Esa es la fórmula predominante de Hollywood para corregir los errores del mundo: un campeón heroico se enfrenta y derrota al malo, y todos viven felices para siempre. Hmm, esa es la misma fórmula básica que culpar a los gérmenes de la mala salud y matarlos con el arsenal de medicamentos, para que podamos vivir vidas seguras y saludables para siempre, o matar a los terroristas y bloquear a los inmigrantes y encerrar a los criminales, todo nuevamente para que podamos vivir vidas seguras y saludables para siempre. Con el sello del mismo patrón, las teorías de la conspiración aprovechan una ortodoxia inconsciente. Emanan del mismo panteón mítico que los males sociales de los que se quejan. Podríamos llamar a ese panteón Separación, y uno de sus motivos principales es la guerra contra el Otro.
Eso no quiere decir que no exista un germen o una conspiración. Watergate, COINTELPRO, Iran-Contra, la droga de Merck Vioxx, el explosivo encubrimiento de Pinto de Ford, la campaña de soborno de Lockheed-Martin, la venta de sangre contaminada por el VIH de Bayer y el escándalo de Enron demuestran que las conspiraciones que involucran a las élites poderosas suceden. Sin embargo, ninguno de los anteriores son mitos: un mito es algo que explica el mundo; es, misteriosamente, más grande que sí mismo. Por lo tanto, la teoría de la conspiración para el asesinato de Kennedy (que confesaré, sin duda a costa de mi credibilidad, de aceptar como literalmente cierto) es un portal al reino mítico.
Sin embargo, el mito de la conspiración al que me refiero aquí es mucho mayor que cualquiera de estos ejemplos específicos: es que el mundo tal como lo conocemos es el resultado de una conspiración, con los Illuminati o controladores como sus dioses malvados. Para los creyentes, se convierte en un discurso totalitario que dirige cada evento en sus términos.
Es un mito con un pedigrí ilustre, que se remonta al menos hasta la época de los gnósticos del primer siglo. Los gnósticos creen que un demiurgo malvado creó el mundo material a partir de una esencia divina preexistente. Creando el mundo a imagen de su propia distorsión, se imagina a sí mismo como su verdadero dios y gobernante.
Uno no necesita creer en esto literalmente, ni creer literalmente en una camarilla malvada que controla el mundo, para obtener una visión de este mito - una idea de la arrogancia de los poderosos, por ejemplo, o de la naturaleza de la distorsión que colorea el mundo de nuestra experiencia
¿Qué es lo que hace que la gran mayoría de la humanidad cumpla con un sistema que lleva a la Tierra y a la humanidad a la ruina? ¿Qué poder nos tiene en sus garras? No son solo los teóricos de la conspiración los que están cautivos de una mitología. La sociedad en general también lo está. La llamo la mitología de la Separación: yo separado de ti, materia separada del espíritu, lo humano separado de la naturaleza. Nos mantiene como seres discretos y separados en un universo objetivo de fuerza y ​​masa, átomos y vacío. Debido a que estamos (en este mito) separados de otras personas y de la naturaleza, debemos dominar a nuestros competidores y dominar la naturaleza. El progreso, por lo tanto, consiste en aumentar nuestra capacidad para controlar al Otro. El mito relata la historia humana como un ascenso de un triunfo al siguiente, del fuego a la domesticación, a la industria, a la tecnología de la información, la ingeniería genética y las ciencias sociales, y promete un próximo paraíso de control. Ese mismo mito motiva la conquista y la ruina de la naturaleza, organizando a la sociedad para convertir todo el planeta en dinero - sin necesidad de conspiración.
La mitología de la separación es lo que genera lo que denominé en La Coronación como una "inclinación civilizatoria" hacia el control. El patrón de la solución es, ante cualquier problema, encontrar algo que controlar - poner en cuarentena, rastrear, encarcelar, construir un muro, dominar o matar. Si el control falla, más control lo arreglará. Para lograr el paraíso social y material, controle todo, rastree cada movimiento, monitoree cada palabra, registre cada transacción. Entonces no puede haber más crimen, no más infección, no más desinformación. Cuando toda la clase dominante acepte esta fórmula y esta visión, actuarán en concierto natural para aumentar su control. Es todo por el bien mayor. Cuando el público también lo acepte, no lo resistirá. Esto no es una conspiración, aunque ciertamente puede parecer una. Esta es una tercera verdad dentro del mito de la conspiración. De hecho, los eventos están orquestados en la dirección de más y más control, solo el poder de orquestación es en sí mismo un zeitgeist, una ideología ... un mito.

Una conspiración sin conspiradores

No descartemos el mito de la conspiración como solo un mito. No solo es un diagnóstico psicosocial importante, sino que revela lo que de otro modo sería difícil de ver en la mitología oficial en la que las principales instituciones de la sociedad, aunque defectuosas, nos conducen cada vez más cerca de un paraíso de alta tecnología. Ese mito dominante nos ciega a los datos que los teóricos de la conspiración reclutan para sus narrativas. Estos pueden incluir cosas como la captura regulatoria en la industria farmacéutica, conflictos de intereses dentro de las organizaciones de salud pública, la dudosa eficacia de las máscaras, las tasas de mortalidad mucho más bajas de lo esperado, la extralimitación totalitaria, la cuestionable utilidad del encierro, las preocupaciones sobre no frecuencias ionizantes de radiación electromagnética, los beneficios de los enfoques naturales y holísticos para aumentar la inmunidad, la teoría del bioterreno, los peligros de la censura en nombre de "combatir la desinformación", etc. Sería bueno si uno pudiera plantear los numerosos puntos válidos y las preguntas legítimas que las narraciones alternativas de Covid traen a la luz sin ser clasificado como un teórico de la conspiración de derecha.
Toda la frase "teórico de la conspiración de derecha" es un poco extraña, ya que tradicionalmente la izquierda ha estado más alerta a la propensión de los poderosos a abusar de su poder. Tradicionalmente, es la izquierda la que sospecha de los intereses corporativos, que nos insta a "cuestionar la autoridad", y que de hecho ha sido la principal víctima de la infiltración y vigilancia del gobierno. Hace cincuenta años, si alguien decía: "Hay un programa secreto llamado COINTELPRO que está espiando a grupos de derechos civiles y sembrando divisiones dentro de ellos con cartas anónimas ofensivas y rumores inventados", eso habría sido una teoría de conspiración según los estándares de hoy. Lo mismo, hace 25 años, con: "Existe un programa secreto en el que la CIA facilita la venta de narcóticos en las ciudades del interior de los Estados Unidos y utiliza el dinero para financiar a los paramilitares de derecha en América Central". Lo mismo con la infiltración gubernamental de grupos ambientalistas y activistas por la paz a partir de la década de 1980. O más recientemente, la infiltración del movimiento Standing Rock. O la conspiración de décadas de la industria de bienes raíces para marcar los vecindarios para mantener alejados a los negros. Dada esta historia, ¿por qué de repente es la izquierda la que insta a todos a confiar en "el hombre"- a confiar en los pronunciamientos de las compañías farmacéuticas y las organizaciones financiadas por las farmacéuticas como los CDC y la OMS? ¿Por qué el escepticismo hacia estas instituciones es etiquetado como "de derecha"? No es que solo los privilegiados estén siendo "incomodados" por el bloqueo. Está devastando las vidas de decenas o cientos de millones de personas cuyos empleos e ingresos no son estables a nivel global. El Programa Mundial de Alimentos de la ONU advierte que para fin de año, 260 millones de personas enfrentarán hambre. La mayoría son personas negras y marrones en África y el sur de Asia. Se podría argumentar que restringir el debate a las cuestiones epidemiológicas de mortalidad es en sí una postura privilegiada que borra el sufrimiento de aquellos que están más marginados en primer lugar.
La "teoría de la conspiración" se ha convertido en un término de invectiva política, usado para menospreciar cualquier punto de vista que difiera de las creencias convencionales. Básicamente, cualquier crítica a las instituciones dominantes se puede manchar como teoría de la conspiración. En realidad hay una verdad perversa en esta mancha. Por ejemplo, si cree que el glifosato es realmente peligroso para la salud humana y ecológica, también debe, si es lógico, creer que Bayer / Monsanto está suprimiendo o ignorando esa información, y también debe creer que el gobierno, los medios de comunicación, y el establecimiento científico son, hasta cierto punto, cómplices de esa supresión. De lo contrario, ¿por qué no vemos los titulares del NYT como "El delator de Monsanto revela los peligros del glifosato"?
La supresión de información puede ocurrir sin una orquestación deliberada. A lo largo de la historia, las histerias, las modas intelectuales y los delirios masivos han ido y venido espontáneamente. Esto es más misterioso de lo que admite la explicación fácil de conspiración. Una coordinación inconsciente de la acción puede parecerse mucho a una conspiración, y el límite entre los dos es borroso. Considere el fraude de las armas de destrucción masiva (ADM) que sirvió de pretexto para la invasión de Irak. Tal vez hubo personas en la administración Bush que, a sabiendas, utilizaron el documento falso "pastel amarillo" para llamar a la guerra; tal vez solo querían creer que los documentos eran genuinos, o tal vez pensaron: "Bueno, esto es cuestionable, pero Saddam debe tener ADM, e incluso si no las tiene, las quiere, por lo que el documento es básicamente cierto ..." Las personas creen fácilmente lo que sirve a sus intereses o se ajusta a su visión del mundo.
En un sentido similar, los medios de comunicación necesitaban poco estímulo para comenzar a tocar los tambores de guerra. Ya sabían qué hacer, sin tener que recibir instrucciones. No creo que muchos periodistas realmente creyeran la mentira de armas de destrucción masiva. Fingieron creer, porque inconscientemente, sabían que esa era la narrativa del establecimiento. Eso era lo que los haría reconocidos como periodistas serios. Eso es lo que les daría acceso al poder. Eso es lo que les permitiría mantener sus trabajos y avanzar en sus carreras. Pero, sobre todo, fingieron creer porque todos los demás fingían creer. Es difícil ir en contra del espíritu de la época.
El científico británico Rupert Sheldrake me contó sobre una charla que dio a un grupo de científicos que estaban trabajando en el comportamiento animal en una prestigiosa Universidad Británica. Estaba hablando de su investigación sobre perros que saben cuándo sus dueños regresan a casa y otros fenómenos telepáticos en animales domésticos. La charla fue recibida con una especie de silencio cortés. Pero en la siguiente pausa para el té, los seis científicos principales que estaban presentes en el seminario acudieron a él uno por uno, y cuando estuvieron seguros de que nadie más estaba escuchando le dijeron que habían tenido experiencias de este tipo con sus propios animales, o que estaban convencidos de que la telepatía es un fenómeno real, pero que no podían hablar sobre esto con sus colegas porque todos eran muy convencionales. Cuando Sheldrake se dio cuenta de que los seis le habían dicho lo mismo, él les dijo: "¿Por qué no salen a la luz? ¡Todos se divertirán mucho más! " Él dice que cuando da una charla en una institución científica, casi siempre hay científicos que se acercan a él más tarde y le dicen que han tenido experiencias personales que los convencen de la realidad de los fenómenos psíquicos o espirituales, pero que no pueden discutirlos con sus colegas por miedo a ser considerados raros.
Esta no es una conspiración deliberada para suprimir los fenómenos psíquicos. Esos seis científicos no se reunieron de antemano y decidieron suprimir la información que sabían que era real. Mantienen sus opiniones para sí mismos debido a las normas de su subcultura, los paradigmas básicos que delimitan la ciencia y la amenaza muy real de dañar sus carreras. La persecución y la calumnia dirigida al propio Sheldrake demuestra lo que le sucede a un científico que es franco en su disenso de la realidad científica oficial. Entonces, aún podríamos decir que una conspiración está en marcha, pero su perpetrador es una cultura, un sistema y una historia.
¿Es esto, o una agenda conspirativa deliberada, una explicación más satisfactoria para las tendencias aparentemente inexorables (que de ninguna manera comenzaron con Covid) hacia la vigilancia, el seguimiento, el distanciamiento, la fobia a los gérmenes, la obsesión con la seguridad y la digitalización y el desplazamiento del entretenimiento, la recreación y la sociabilidad puertas adentro? Si el perpetrador es una mitología y un sistema cultural, entonces las teorías de conspiración nos ofrecen un objetivo falso, una distracción. El remedio no puede ser exponer y derribar a quienes nos han impuesto estas tendencias. Por supuesto, hay muchos actores malos en nuestro mundo, personas sin remordimientos que cometen actos crueles. Pero, ¿han creado el sistema y la mitología de la separación, o simplemente se aprovechan de él? Ciertamente, esas personas deberían ser detenidas, pero si eso es todo lo que hacemos, y no cambiamos las condiciones que los reproducen, lucharemos en una guerra sin fin. Al igual que en la teoría del bioterreno, los gérmenes son síntomas y explotadores de tejido enfermo, también lo son los síntomas de las camarillas conspirativas y los explotadores de una sociedad enferma: una sociedad envenenada por la mentalidad de guerra, miedo, separación y control. Esta profunda ideología, el mito de la separación, está más allá del poder de cualquiera para inventar. Los Illuminati, si existen, no son sus autores; Es más cierto decir que la mitología es su autor. No creamos nuestros mitos; Ellos nos crean.

¿De qué lado estás?

Al final, todavía no he dicho si creo que el mito de la conspiración del Nuevo Orden Mundial es cierto o no. Bueno, en realidad sí lo hago. He dicho que es cierto como un mito, independientemente de su correspondencia con hechos verificables. ¿Pero qué hay de los hechos? Vamos, Charles, cuéntanos, ¿hay realmente una conspiración detrás de la cosa Covid, o no? Debe haber un hecho objetivo del asunto. ¿Son las quimioestelas una cosa? ¿El SARS-COV2 fue diseñado genéticamente? ¿La radiación de microondas de las torres de teléfonos celulares es un factor? ¿Las vacunas introducen virus de cultivos de células animales en las personas? ¿Bill Gates es el autor intelectual de una toma de poder en forma de ley médica marcial? ¿Una élite luciferina gobierna el mundo? ¿Verdadero o falso? ¿Si o no?
A esta pregunta respondería con otra: dado que no soy un experto en ninguno de estos asuntos, ¿por qué quieres saber lo que pienso? ¿Podría ser ubicarme de un lado u otro de una guerra de información? Entonces sabrás si está bien disfrutar de este ensayo, compartirlo o tenerme en tu podcast. En una mentalidad de guerra de nosotros contra ellos, lo más importante es saber de qué lado está alguien, para que no prestes ayuda y consuelo al enemigo.
Aha -- Charles debe estar del otro lado. Porque ha creado una falsa equivalencia entre un conocimiento científico respetable, basado en evidencia y revisado por pares, por un lado, y teorías de conspiración desquiciadas, por el otro.
Aha -- Charles debe estar del otro lado. Porque él ha creado una falsa equivalencia entre la propaganda del gobierno corporativo-NOM por un lado, y los valientes denunciantes y disidentes arriesgando sus carreras por la verdad, por el otro.

¿Puedes ver cuán totalizadora puede ser la mentalidad de guerra?

La mentalidad de guerra satura nuestra sociedad polarizada, que visualiza el progreso como consecuencia de la victoria: la victoria sobre un virus, sobre los ignorantes, sobre la izquierda, sobre la derecha, sobre las élites psicópatas, sobre Donald Trump, sobre la supremacía blanca, sobre las élites liberales... Cada lado usa la misma fórmula, y esa fórmula requiere un enemigo. Por lo tanto, servicialmente, nos dividimos en nosotros y en ellos, agotando el 99% de nuestras energías en un tira y afloje infructuoso, y nunca sospechamos que el verdadero poder maligno podría ser la fórmula misma.
Esto no es para proponer que de alguna manera desterremos el conflicto de los asuntos humanos. Es cuestionar una mitología, abrazada por ambas partes, que concibe cada problema en términos de conflicto. La lucha y el conflicto tienen su lugar, pero son posibles otras tramas. Hay otros caminos hacia la curación y la justicia.

Un llamado a la humildad

¿Alguna vez has notado que los eventos parecen organizarse para validar la historia que tienes sobre el mundo? El sesgo de selección y el sesgo de confirmación explican algo de eso, pero creo que algo más extraño también está operando. Cuando entramos en una fe profunda o una paranoia profunda, parece que ese estado atrae eventos confirmatorios. La realidad se organiza para que coincida con nuestras historias. En cierto sentido, esto ES una conspiración, pero no una perpetrada por la humanidad. Esa podría ser una tercera verdad que alberga el mito de la conspiración: la presencia de una inteligencia organizadora detrás de los acontecimientos de nuestras vidas.
De ninguna manera esto implica la panacea de la Nueva Era de que las creencias crean realidad. Más bien, es que la realidad y la creencia se construyen mutuamente, coevolucionando como un todo coherente. La conexión íntima y misteriosa entre el mito y la realidad significa que la creencia nunca es realmente esclava de los hechos. Somos soberanos de los hechos, lo que no quiere decir su creador. Ser su soberano no significa ser su tirano, faltarles el respeto y gobernarlos en exceso. El sabio monarca presta atención a un tema rebelde, como un hecho que desafía la narrativa. Quizás sea simplemente un agitador perturbado, como una simple mentira, pero tal vez sea señal de falta de armonía en el reino. Quizás el reino ya no sea legítimo. Quizás el mito ya no sea cierto. Bien podría ser que los vociferantes ataques contra el disenso de Covid, usando la mancha de la "teoría de la conspiración", señalen la debilidad de los paradigmas ortodoxos que buscan defender.
Si es así, eso tampoco significa que los paradigmas ortodoxos estén equivocados. Saltar de una certeza a otra salta el terreno sagrado de la incertidumbre, del no saber, de la humildad, en el que puede llegar información realmente nueva. Lo que une a los expertos de todas las persuasiones es su certeza. ¿Quién es confiable? Al final, es la persona con la humildad para reconocer cuándo se ha equivocado.
A aquellos que descartan categóricamente cualquier información que desafíe seriamente la medicina convencional, las políticas de cierre, las vacunas, etc., les preguntaría: ¿Necesitan muros tan altos alrededor de su reino? En lugar de desterrar a estos sujetos rebeldes, ¿te dolería darles una audiencia? ¿Sería tan peligroso quizás recorrer otro reino, guiado no por tu propio ministro leal sino por los partidarios más inteligentes y acogedores del otro lado? Si no tiene interés en pasar las varias horas que le llevará absorber las siguientes opiniones disidentes, está bien. Prefiero estar en mi jardín también. Pero si eres partidista en estos temas, ¿qué daño te hará visitar territorio enemigo? Normalmente los partidarios no hacen eso. Confían en los informes de sus propios líderes sobre el enemigo. Si saben algo de las opiniones de Robert F. Kennedy Jr. o Judy Mikovitz, es a través de la lente de alguien que los desacredita. Así que escucha a Kennedy, o si prefieres solo a los MD, a David Katz, Zach Bush o Christiane Northrup.
Me gustaría ofrecer la misma invitación a aquellos que rechazan la visión convencional. Encuentra a los médicos y científicos más escrupulosos de la corriente principal que puedas y sumérgete en su mundo. Toma la actitud de un invitado respetuoso, no un espía hostil. Si haces eso, te garantizo que encontrarás puntos de datos que desafían cualquier narrativa con la que llegaste. El esplendor de la virología convencional, las maravillas de la química que generaciones de científicos han descubierto, la inteligencia y la sinceridad de la mayoría de estos científicos, y el genuino altruismo de los trabajadores de la salud en primera línea que no tienen ningún conflicto de intereses político o financiero a un grave riesgo para ellos mismos, debe ser parte de cualquier narrativa satisfactoria.
Después de dos meses de búsqueda obsesiva de uno, todavía no he encontrado una narrativa satisfactoria que pueda explicar cada punto de datos. Eso no significa no tomar medidas porque, después de todo, el conocimiento nunca es seguro. Pero en el torbellino de narrativas en competencia y las mitologías desarticuladas debajo de ellas, podemos buscar acciones que tengan sentido sin importar qué lado sea el correcto. Podemos buscar verdades que el humo y el clamor de la batalla oscurecen. Podemos cuestionar los supuestos que ambas partes dan por sentado y hacer preguntas que ninguna de las partes está haciendo. Sin identificarse con ninguno de los lados, podemos recopilar conocimiento de ambos. Generalizando a la sociedad, al incorporar todas las voces, incluidas las marginadas, podemos construir un consenso social más amplio y comenzar a sanar la polarización que está desgarrando y paralizando nuestra sociedad.


Fuente: https://charleseisenstein.org/essays/the-conspiracy-myth/

vendredi 22 mai 2020

El poder del enojo en las mujeres - Soraya Chemaly

A veces me enojo, y me llevó muchos años poder decir esas palabras. En mi trabajo, a veces me tiembla el cuerpo de lo furiosa que estoy. Pero, sin importar cuán justificada haya sido mi ira, a lo largo de mi vida, siempre me han hecho entender que mi ira es una exageración, una falsa representación, que me hará parecer grosera y desagradable. Principalmente de niña, aprendí, como lo hacen las niñas, que la ira es una emoción a la que es mejor no darle voz.
Piensen en mi madre por un minuto. Cuando tenía 15 años, llegué a casa de la escuela un día, y ella estaba de pie en la larga terraza fuera de la cocina, con una pila gigante de platos. Imaginen lo estupefacta que me quedé cuando empezó a lanzarlos como si fueran discos voladores... por el aire cálido y húmedo. Cuando terminó de romper en mil pedazos todos los platos, volvió para adentro y me dijo alegremente: “¿Cómo estuvo tu día?”.
Ahora se dan cuenta cómo un niño, ante un incidente como este, pensaría que la ira es muda, aislante, destructiva e incluso aterradora. Especialmente cuando la persona que está enojada es una niña o una mujer. La pregunta es: ¿por qué?
La ira es una emoción humana; no es ni buena ni mala. En realidad es una emoción de señal que nos advierte de la humillación, la amenaza, el insulto y el daño. Y, sin embargo, en una cultura tras otra, la ira es una propiedad moral reservada a los niños y los hombres. Por supuesto que hay diferencias. En los Estados Unidos, por ejemplo, un hombre de raza negra enfurecido es visto como un criminal, pero un hombre blanco enfurecido tiene virtud cívica. Sin embargo, dondequiera que estemos, la emoción tiene género. Entonces le enseñamos a los niños a desdeñar la ira en niñas y mujeres, y nos convertimos en adultos que la penalizan. 
¿Y si no lo hiciéramos? ¿Y si no separáramos la ira de la feminidad? Porque separar la ira de la feminidad significa privar a niñas y mujeres de la emoción que mejor las protege de la injusticia. ¿Y si, en cambio, pensáramos en desarrollar la competencia emocional de niños y niñas? El hecho es que, increíblemente, todavía socializamos a niños y niñas de maneras muy binarias y opuestas. Los niños están sujetos a normas de masculinidad absurdas y rígidas. Se les dice, que renuncien a la emocionalidad femenina de la tristeza o el miedo, y que adopten la agresión y la ira como marcadores de la verdadera virilidad. Por otro lado, las niñas aprenden a ser deferentes, y la ira es incompatible con la deferencia. De la misma manera que aprendimos a cruzar las piernas y domar el cabello, aprendimos a mordernos la lengua y tragarnos el orgullo. Lo que sucede con demasiada frecuencia es que, para todos nosotros, la indignidad se vuelve inminente en nuestras nociones de feminidad. 
Hay una larga historia personal y política en esa bifurcación. En la ira, pasamos de ser princesas mimadas y adolescentes hormonales, a ser mujeres demandantes y unas pesadas chillonas y feas. Pero hay para todos los gustos. ¿Eres una latina caliente cuando estás enojada? ¿ O una triste muchacha oriental? ¿Una negra furiosa? ¿O una blanca loca? Pueden elegir. Pero en realidad, el efecto es que, cuando decimos lo que nos importa, que es lo que transmite la ira, lo más probable es que la gente se enoje con nosotras por estar enojadas. Ya sea en casa, en la escuela, en el trabajo o en la escena política, la ira confirma la masculinidad y confunde a la feminidad. O sea que los hombres son recompensados por exhibirla, y las mujeres son penalizadas por hacer lo mismo.
Esto nos pone en una enorme desventaja, sobre todo a la hora de defendernos y de defender nuestros propios intereses. Si estamos frente a un acosador callejero, un jefe abusador, o un compañero de clase sexista y racista, nuestros cerebros dicen a gritos: “¡No puede ser!”. Y nuestras bocas dicen: “Perdón, ¿cómo?”.
¿Verdad? Y es contradictorio porque la ira se enreda con la ansiedad y el miedo y el riesgo y las represalias. Pregúntenle a las mujeres qué es lo que más temen en respuesta a su ira y no les dirán “la violencia”. Les dirán “la burla”. Piensen en lo que eso significa. Si tienes múltiples identidades marginadas, no es solo la burla. Si te defiendes, si te pones firme, puede haber graves consecuencias.
Reproducimos estos patrones, no de manera grande, audaz y contundente, sino en la banalidad cotidiana de la vida. Cuando mi hija estaba en preescolar, cada mañana construía un castillo muy elaborado, con cintas y bloques, etc. Y cada mañana, el mismo chico lo derribaba alegremente. Sus padres estaban allí, pero nunca intervinieron. No tenían problema en dar las típicas excusas: “Los chicos son así”, “Era tan tentador que no pudo evitarlo”. Hice lo que muchas niñas y mujeres aprenden a hacer: mantuve la paz de manera preventiva y le enseñé a mi hija a hacer lo mismo. Usó la palabra. Trató de bloquearlo suavemente. Incluso se cambió de lugar, pero nada funcionó. O sea que los otros adultos y yo construimos mutuamente un privilegio masculino en particular. Él podía correr desenfrenado y controlar el entorno, mientras que ella callaba sus sentimientos y se acomodaba a las necesidades de él. Les fallamos a ambos al no darle a su ira la aceptación y la resolución que merecía. Ahora bien, eso es un microcosmos de un problema mucho mayor porque culturalmente, en todo el mundo, le damos preferencia al desempeño de la masculinidad, y al poder y al privilegio que vienen con ese desempeño por sobre los derechos y las necesidades y las palabras de niños y mujeres.
Así que no será ninguna sorpresa, probablemente, para la gente en esta sala si les digo que las mujeres manifiesten estar más enojadas, por más tiempo y con más intensidad que los hombres. Algo de eso se debe a que estamos socializadas para rumiar, para guardarnos la bronca y reflexionar. Pero también tenemos que encontrar maneras socialmente aceptables de expresar la intensidad de la emoción que tenemos y la conciencia que trae de nuestra precariedad. Así que hacemos varias cosas. Si los hombres supieran cuántas veces lloramos simplemente de rabia, se quedarían pasmados. 
Usamos un lenguaje minimizador. Estamos frustradas: “No, en serio, está bien”. 
Nos auto-objetivamos y perdemos la capacidad de reconocer incluso los cambios fisiológicos que indican ira. Por lo general, nos enfermamos. Ahora se sabe que la ira está implicada en toda una serie de enfermedades que se descartan a la ligera como “enfermedades de la mujer”. Tasas más altas de dolor crónico, trastornos autoinmunes, trastornos de la alimentación, angustia mental, ansiedad, autoagresión, depresión. La ira afecta el sistema inmunológico, y el sistema cardiovascular. Algunos estudios incluso indican que afecta las tasas de mortalidad, particularmente en mujeres negras que padecen cáncer.
Estoy harta y cansada de ver que las mujeres que conozco están enfermas y cansadas. Nuestra ira genera malestar, y el conflicto aparece porque nuestro rol es el de aliviar. Hay ira que es aceptable. Podemos estar enojadas cuando ocupamos el lugar que nos corresponde y apoyamos el orden establecido. Como madres o como maestras podemos estar furiosas, pero no podemos enojarnos por los enormes costos de la crianza. Podemos enojarnos con nuestras madres, como adolescentes, por ejemplo. Normas y reglamentos patriarcales; no culpamos al sistema, las culpamos a ellas. Podemos enojarnos con otras mujeres porque, ¿a quién no le gusta una buena pelea femenina? Y podemos enojarnos con hombres de más baja posición social dentro de una jerarquía expresiva que apoya el racismo o la xenofobia. Pero tenemos un enorme poder en esto. Dado que los sentimientos se encuentran dentro del ámbito de nuestra autoridad, y a la gente le incomoda nuestra ira, deberíamos estar haciendo que la gente se sienta cómoda con la incomodidad que sienten cuando una mujer dice “no” sin pedir disculpas. Podemos pensar las emociones en términos de competencia y no de género. Las personas que son capaces de procesar su ira y darle significado son más creativas, más optimistas, tienen más intimidad, resuelven mejor los problemas, tienen mayor eficacia política. 
Como soy una mujer que escribe sobre mujeres y sentimientos, muy pocos hombres con poder van a tomar en serio lo que digo, como cuestión de política. Pensamos en la política y en la ira en términos del desprecio y la furia que están alimentando un aumento del “macho-fascismo” en el mundo. Pero si ese es el veneno, también es el antídoto. Tenemos una ira de esperanza, y la vemos todos los días en la ira resistente de las mujeres y de las personas marginadas. Está relacionada con la compasión, la empatía y el amor, y deberíamos reconocer esa ira también. 
El problema es que las sociedades que no respetan la ira de las mujeres, no respetan a las mujeres. El verdadero peligro de nuestra ira no es que rompa lazos, o platos. Es que muestra exactamente hasta qué punto nos tomamos en serio a nosotros mismos, y esperamos que otras personas nos tomen en serio también. Cuando eso suceda, es muy probable que las mujeres puedan sonreír cuando lo deseen.


vendredi 15 mai 2020

No hagas de ti un proyecto: ¿Por qué la pandemia no es tiempo para la Superación personal?

No hagas de tí un proyecto: ¿Por qué la pandemia no es tiempo para la Superación personal?

He estado viendo muchos boletines, artículos y textos de amigos hablando sobre aprovechar todo el tiempo libre en casa que todos tenemos como resultado de la pandemia.
El consenso general parece ser que desde que todos estamos en casa 24/7 ahora, ¿por qué no aprender un nuevo lenguaje, ganar una nueva habilidad o solo más auto-realización, las versiones en forma de nosotros mismos?
Parece que he recibido más de 60 correos de sanadores, maestros y autores, todos animándome a unirme a meditaciones y clases. Y mientras aprecio sus esfuerzos y revelaciones, siento como si estuviéramos perdiendo el ritmo aquí.
Nosotros como una sociedad pasamos de 0 a 60, o mejor - en este caso - de 60 a 0 en el lapso de cerca de una semana. La actitud pública pareció ir desde "el virus no nos afectará, estaremos bien" a "todos se instalan durante muchas semanas o meses y no dejan su hogar". Las cosas parecían seguras... y entonces no lo eran.
Aunque el trabajo continúa para algunos con suerte entre nosotros, todo lo demás ha llegado a un chirriante alto. Las visitas con amigos y familia, los eventos comunitarios, el entretenimiento, comer en restaurantes y para algunos incluso salir de su hogar.
Es importante hacer una pausa y reconocer que toda nuestra realidad se ha transformado fundamentalmente, tanto colectivamente como individualmente, en un lapso de días. Estamos atascados en nuestros hogares cuando hace dos semanas la mayoría de nosotros podía salir y operar libremente sin mucho cuidado por nuestra salud. Parece como si hubiéramos entrado a una realidad alternativa en la cual estamos 1) físicamente limitados, 2) aislados socialmente, 3) inciertos respecto al futuro y 4) cada una de nuestras elecciones particulares tiene enormes riesgos y la posibilidad de graves consecuencias.
Y así, tenemos esta fase existencial, casi fanática, de superación personal. Para mí, esto tiene un trasfondo de abnegación. Como si al decir "todo está bien", y encarnar el cliché, entonces tal vez el mundo volvería a su lugar otra vez.
Pero hay pérdida, hay duelo, y hay miedo que llega con lo que estamos experimentando ahora. Negar estas emociones es negar la realidad de la situación y negarnos a nosotros mismos. Esta es mi experiencia y comprender que estas emociones de incomodidad acecharán en el fondo, demandando nuestra atención, hasta que las reconocemos y procesemos, por nosotros mismos y juntos.
Estoy aquí para animar a una pausa, para dejar que todo se decante. Quiero invitarnos a bajar la velocidad y reconocer la tragedia y las dificultades que nos han sucedido - para recibir el golpe. Hay un trauma colectivo tomando lugar y ahora mismo se siente como que no estamos dispuestos a estar con él. Pero a lo largo de décadas de investigación psicológica y experiencia, somos sensatos.
Así que mantén presencia en tus emociones. No hagas nada por un momento. Mira lo que está presente en tu interior. Trata de no distraerte 24/7 a menos que necesites hacerlo - lo que muchos de nosotros hacemos. Si tienes la capacidad de sostener un espacio para tí mismo, para sentirte molesto frente a la situación sin  escalarla, entonces hazlo. Por tí mismo y por todos nosotros. Porque de otra forma estamos operando desde la distracción, apaciguamiento y negación. No desde la presencia y la sabiduría.
Si hay tristeza, miedo, ansiedad, terror, incertidumbre o todas las anteriores, permite que esas emociones estén ahí. Nómbralas para tí mismo, siéntelas en tu cuerpo. Entonces, danza, mueve, canta, crea, corre, escribe, golpea almohadas, llora - has lo que sientas que expresa lo que tienes adentro. Y si necesitas ayuda para enfrentarlo, llama a un amigo en quien confíeso o a un profesional de la salud mental.
En conclusión, la distracción es un pacificador práctico y efectivo, nos permite ganar distancia de forma segura de lo que está sucediendo. Yo también la utilizo cuando no puedo hacer frente a la vida - mi lista de Netflix lo atestigua. De todos los vicios, es bastante inocuo y no debería ser demonizado, especialmente en moderación. Pero eso tampoco resuelve lo que nos aflige. Negar lo que sentimos, incluso a nosotros mismos, nos lleva más lejos de la verdadera conexión con nosotros mismos y con los demás. 
Así que se real y vulnerable contigo mismo. Admite lo que está sucediendo en tu interior y si se siente bien, compártelo con otros.
Entonces, haz lo que se sienta bien. No te fuerces a tomar animación en plastilina o mandarín, o cualquier otra cosa. No hagas de ti un proyecto. No finjas, frente a tí o frente a otros, que eres cualquier otra cosa de lo que eres - humano y muy probablemente asustado. 
Respira. Siente. Supera el día. Y repite. Es suficiente por ahora.

Fuente: https://www.elephantjournal.com/2020/03/now-is-not-the-time-for-self-improvement-being-with-the-trauma-of-pandemic/

vendredi 8 mai 2020

Antifrágil por Nassim Nicholas Taleb

Cómo protegerse de la incertidumbre
La tríada: frágil, robusto y antifrágil
Pensemos en algo frágil, algún objeto de nuestra sala de estar, como el televisor o la porcelana del aparador. Si los etiquetamos como “frágiles” significa, necesariamente, que queremos que gocen tranquilidad, orden y previsibilidad. A un objeto frágil no le sentará nada bien un terremoto ni la visita de un sobrino hiperactivo. Todo lo que aborrece la volatilidad aborrece los agentes estresantes (estresores), el daño, el caos, los sucesos, el desorden, las consecuencias imprevistas, la incertidumbre y, por encima de todo, el tiempo.
En el lado opuesto a lo frágil hay cosas que se benefician de las crisis; prosperan y crecen al verse expuestas a la volatilidad, al azar, al desorden y a los estresores, y les encanta la aventura, el riesgo y la incertidumbre.
Pero, a pesar de la omnipresencia de este fenómeno, no existe una palabra que designe exactamente lo contrario de lo frágil. Aquí lo llamaremos antifrágil. Pensemos, por ejemplo, en Suiza, el lugar más antifrágil del planeta, ya que se beneficia de las crisis que se dan en el resto del mundo.
La antifragilidad es más que resiliencia o robustez. Lo robusto aguanta los choques y sigue igual; lo antifrágil mejora. Esta propiedad se halla detrás de todo lo que ha cambiado con el tiempo: las revoluciones, la innovación tecnológica, el éxito cultural, la supervivencia empresarial, las buenas recetas de cocina, el ascenso de ciudades, las bacterias resistentes... incluso nuestra existencia como especie.
La antifragilidad es relativa a una situación dada. Un boxeador puede ser robusto, sano en lo que se refiere a su condición física, y puede mejorar de un combate al siguiente, pero podría ser emocionalmente frágil y romper a llorar si su novia lo dejara. Nuestras abuelas podrían tener o haber tenido unas cualidades opuestas: una complexión frágil y una fuerte personalidad.
El objetivo último de este libro es descubrir aquellas reglas que nos permitan pasar de lo frágil a lo antifrágil reduciendo la fragilidad o controlando la antifragilidad.

Lo antifrágil se beneficia de los estresores

Cuando algo no vivo se somete a estrés, sufre fatiga o se rompe. Nuestra casa o la mesa de nuestro despacho se acabarán gastando y no podrán repararse por sí solas. Puede que sean robustas, pero no pueden ser intrínsecamente antifrágiles.
Por el contrario, los seres vivos y los sistemas complejos se comportan de una forma muy diferente. Están formados por componentes que interaccionan entre sí, intercambiando información por medio de estresores. Y precisamente por eso, pueden llegar a ser antifrágiles.
Pensemos en el ser humano. Nuestro cuerpo no obtiene información sobre el entorno por medio del sistema lógico, la inteligencia o la capacidad de razonar y calcular, sino por medio del estrés y de las hormonas u otros mensajeros que aún están por descubrir. Los huesos del cuerpo, por ejemplo, se refuerzan cuando se ven sometidos a la gravedad, por ejemplo después de hacer ejercicio. Y del mismo modo que pasarse un mes en la cama provoca atrofia muscular, los sistemas complejos se debilitan si se ven privados de estresores.
Me gusta el ejemplo de la adquisición del lenguaje: no sé de nadie que haya aprendido su lengua materna estudiando gramática y sometiéndose a exámenes cada dos por tres. Adquirimos mejor una lengua cometiendo errores, cuando debemos comunicarnos en circunstancias más o menos difíciles.
El problema es que gran parte de nuestro mundo moderno tan estructurado nos ha estado perjudicando con artilugios y políticas desde arriba que hacen precisamente eso: menoscabar la antifragilidad de los sistemas. Esta es la tragedia de la modernidad: al igual que esos padres tan sobreprotectores que rozan la neurosis, quienes más nos intentan ayudar son quienes más nos acaban perjudicando.
¿Por qué ocurre esto? En primer lugar, por lo que llamo “opacidad causal”. El intercambio de información entre los componentes de un sistema complejo es mucho más intrincado de lo que muchos nos quieren hacer ver. A nuestro alrededor hay muchas más fuentes de información de las que vemos y es difícil ver la flecha que relaciona causa y consecuencia. Esta opacidad hace que la lógica habitual y una gran parte de los métodos convencionales de análisis sean inaplicables. En un sistema complejo no podemos limitarnos a aislar una sola relación causal. Es más, la lógica, por definición, excluye los matices, y dado que la verdad reside únicamente en los matices, la lógica es un instrumento inservible para hallar la verdad en las ciencias morales y políticas.
En segundo lugar, la idea de que los sistemas pueden necesitar algo de estrés y agitación ha sido pasada por alto por quienes la captan en un ámbito pero no en otro. Algunas personas pueden entender una idea en un ámbito como la medicina y no reconocerla en otro como la socioeconomía.
Veamos un ejemplo de la dependencia del ámbito: preguntemos a un ciudadano estadounidense si alguna agencia gubernamental debería controlar el precio de los automóviles o de los periódicos. Seguramente nos acusaría de comunistas por el simple hecho de haberlo planteado. Vale. Luego señalémosle con mucho tacto que la Reserva Federal de los Estados Unidos se dedica, precisamente, a controlar y fijar el precio de otro bien, el tipo de interés. Ron Paul, candidato a la presidencia de los Estados Unidos, fue tildado de chalado por haber propuesto que la Reserva Federal fuera abolida. Pero también le habrían llamado chalado si hubiera propuesto la creación de un organismo que controlara otros precios.
En los mercados, fijar los precios, o su equivalente consistente en eliminar a los especuladores, los llamados “negociantes del ruido” —y la volatilidad moderada que provocan—, genera una ilusión de estabilidad con períodos de calma interrumpidos por grandes saltos. Puesto que los participantes no están acostumbrados a la volatilidad, tienden a atribuir la más leve variación de los precios a información privilegiada o a cambios en el estado del sistema, lo que provoca episodios de pánico. Cuando una moneda no varía nunca, el más leve de los cambios hace que la gente crea que se acerca el fin del mundo. Inyectar un poco de confusión paradójicamente estabiliza el sistema.
Las variaciones también tienen una función expurgadora. Los pequeños incendios forestales eliminan periódicamente el material más inflamable, impidiendo que se acumule. Pero la prevención metódica de los incendios por seguridad hace que los incendios grandes sean mucho peores. Por razones similares, la estabilidad per se no es buena para la economía: las empresas se debilitan durante los largos períodos de prosperidad carentes de contratiempos, y las vulnerabilidades ocultas se acumulan en silencio bajo la superficie.
No forma parte de la manera aceptada de pensar que el éxito, el crecimiento económico o la innovación solo puedan surgir de una “sobrecompensación” ante ciertos estresores. Esta dificultad para traducir o extrapolar es inherente al ser humano; y solo podremos aspirar a la sabiduría y a la racionalidad si ponemos empeño en superarla.
En la mitología griega, Procusto era un posadero que, para hacer que los viajeros cupieran en su lecho, estiraba hasta descoyuntarlos a los demasiado bajos y cortaba las piernas de los excesivamente altos. Así lograba que todos encajaran en la cama. Estamos fragilizando sistemas sociales y económicos negándoles estresores y azar, colocándolos en el lecho de Procusto de esta modernidad tan fácil y cómoda, pero a fin de cuentas perjudicial.

Lo antifrágil reacciona frente a los contratiempos

Creo que la innovación y la sofisticación surgen de una situación inicial de necesidad a la que se responde con algo que va mucho más allá de satisfacer esa necesidad (por ejemplo, efectos no buscados de un invento). Naturalmente, hay muchos dichos sobre esta cuestión como el que reza: “El hambre agudiza el ingenio”. Podríamos decir que lo que innova es el exceso de energía que se libera al sobrerreaccionar a un contratiempo.
Esta idea contradice los métodos actuales para innovar que nos hacen pensar que la innovación es producto de la financiación burocrática, de la planificación, de colocar a la gente en una clase de la Harvard Business School impartida por un Muy Condecorado Profesor de Innovación (que nunca ha innovado en nada) o de contratar a algún consultor (que tampoco ha innovado en nada). Pero es una falacia: bastaría con pensar en los muchos empresarios sin formación que han contribuido de una manera desproporcionada a diversos avances tecnológicos desde la Revolución Industrial hasta la aparición de Silicon Valley.
Sin embargo, a pesar de la visibilidad de esta contraprueba y de la sabiduría que podemos adquirir de manera totalmente gratuita de los antiguos (o de las abuelas), los “modernos” intentan innovar partiendo de una situación de comodidad, seguridad y previsibilidad en lugar de aceptar la noción de que la inventiva surge de la necesidad.
A este respecto, es interesante observar que la automatización de los aviones ha hecho que volar sea muy fácil y cómodo para los pilotos, pero a costa de aumentar el peligro. El relajamiento de la atención de los pilotos por falta de estímulo ha provocado muchos accidentes. Parte del problema se debe a las normativas de los organismos que regulan la aviación comercial, que han obligado al sector a basarse más en la automatización. Por suerte, estos mismos organismos han acabado reconociendo el problema.
Se dice que los mejores caballos pierden cuando compiten con otros más lentos y que ganan con rivales a su altura. La ausencia de un estresor y la ausencia de retos perjudica a los mejores. Como dice el poema de Baudelaire sobre el albatros, “sus alas de gigante le impiden caminar”: muchos rinden más en cálculo avanzado que en cálculo básico.
Como vemos, la antifragilidad es lo que se despierta y reacciona en exceso para compensar los estresores y el daño. Ahora bien, no hay que confundir esto con mezclar ruido y señal a la hora de reaccionar. Imaginemos a una de esas personas a las que en el habla cotidiana calificamos de neuróticas. Si su negocio sufre un pequeño percance reacciona como si se hallara al borde de la quiebra. En lugar de reaccionar a las cosas, sobrerreacciona. Comparémosla con alguien imperturbable, con la capacidad de mantener la calma bajo fuego enemigo que se considera tan necesaria para llegar a ser un líder. En ocasiones, reaccionan si lo ven necesario y, a diferencia del neurótico, las raras veces que se enfadan todo el mundo lo nota y se lo toma muy en serio.
Las personas ecuánimes solo reaccionan a información real y las neuróticas reaccionan principalmente al ruido. El ruido es lo que tendríamos que pasar por alto; la señal es lo que deberíamos tener en cuenta.
Esta incapacidad personal o intelectual de distinguir entre ruido y señal es lo que está detrás de la intervención excesiva (e ingenua). Quienes actúan en las grandes empresas o en la política y cuentan con un complejo departamento dedicado a reunir datos sobrerreaccionan y confunden el ruido con información. Cuantos más datos miremos, más desproporcionada será la cantidad de ruido que obtengamos (en lugar de lo valioso, la señal).
Y es que, en general, hay mucho ruido procedente de los medios de comunicación y su glorificación de lo anecdótico. Gracias a esto vivimos cada vez más en una realidad virtual separada del mundo real y cada vez nos damos menos cuenta. Y al ofrecernos explicaciones y teorías, los medios de comunicación nos inculcan la ilusión de que entendemos el mundo. Así, cuando los sistemas reprimidos y con hambre de desorden natural se vienen abajo —algo que les debe suceder tarde o temprano por ser frágiles— su caída nunca se atribuye a la fragilidad y se interpreta como el resultado de una mala previsión (que, según dicen, habría que “perfeccionar”). Sería muy poco inteligente atribuir el derrumbe de un puente frágil al último camión que lo ha cruzado, y aún lo sería más intentar predecir qué camión hará que se derrumbe. Pero eso es lo que sucede en demasiadas ocasiones. Lo que se debe estudiar es el sistema y su fragilidad, no los sucesos. No nos dejemos engañar: el índice de acierto en la previsión de sucesos raros importantes en ámbitos como la política o la economía no es que esté cerca de cero, es que es cero.
Si prácticamente todo lo que viene de arriba fragiliza y bloquea la antifragilidad y el crecimiento, todo lo que surge desde abajo prospera con una cantidad adecuada de desorden y de estrés. El proceso mismo de descubrimiento, de innovación o de avance tecnológico depende de la manipulación o experimentación antifrágil, de asumir riesgos con audacia más que de la educación formal. A un vendedor de pistachos en el zoco de Damasco no le hace falta resolver ecuaciones generales del equilibrio para poner precio a su producto.
El caso es que las cosas que se acaban implementando tienden a nacer de la práctica, no de la teoría. Pensemos en las bellas catedrales de Europa: parecen basarse en una geometría muy compleja. La simple credulidad nos haría pensar que estas hermosas obras se deben a la matemática. Pero los arquitectos (entonces llamados maestros de obras) se basaban en reglas heurísticas, métodos empíricos, herramientas y prácticamente ninguno sabía de matemáticas. Según el historiador de la ciencia medieval Guy Beaujouan, antes del siglo XIII no había más de cinco personas en toda Europa que supieran hacer una división. Ni teoremas, ni cuentos: los maestros de obras podían averiguar la resistencia de los materiales sin las ecuaciones que tenemos hoy y la mayor parte de aquellos edificios aún siguen en pie.
Debe quedar claro que no estoy diciendo que las teorías o la ciencia académica no estén detrás de algunas tecnologías prácticas cuya aplicación final surge directamente de ellas. Pero hay todo un corpus de conocimientos prácticos que ha sido transmitido de maestros a aprendices. Y es que el papel del conocimiento formal está sobrevalorado precisamente por ser muy visible.

Tu fragilidad es mi antifragilidad

Los restaurantes son frágiles y compiten entre sí, pero el conjunto de los restaurantes de una localidad es antifrágil por esta misma razón. Si cada restaurante fuera robusto como unidad, y por lo tanto inmortal, el negocio global se habría estancado o debilitado y lo mejor que serviría sería un menú de bar al estilo soviético. Además, sufriría los efectos de carestías sistémicas y, de vez en cuando, caería en una crisis total y tendría que ser rescatado por el Gobierno.
Todo lo que está vivo o es de naturaleza orgánica tiene una vida finita y acaba muriendo. Pero lo que muere lo hace después de dejar descendencia con un código genético que difiere en algún aspecto del de su progenitor. La naturaleza no considera que los individuos sean muy útiles cuando han agotado su capacidad de reproducción. Prefiere dejar que el juego continúe en el nivel informativo, el del código genético. Así pues, los organismos deben morir para que la naturaleza, esa naturaleza cruel, oportunista y egoísta, sea antifrágil.
Hagamos el experimento mental de imaginar la situación de un organismo inmortal, sin fecha de caducidad. Para satisfacer las condiciones de la inmortalidad, los organismos deberían predecir el futuro a la perfección: menos que eso sería insuficiente. Pero al dejar que los organismos vivan y mueran y se produzcan modificaciones entre generaciones sucesivas, a la naturaleza no le hace falta predecir condiciones futuras más allá de una idea muy vaga de la dirección que se debe seguir. Cada suceso aleatorio traerá su propio antídoto en forma de variación ecológica. Es como si la naturaleza se modificara a sí misma y modificara su estrategia a cada instante.
Consideremos este fenómeno desde el punto de vista de la vida económica. Si la naturaleza gobernara la economía, no rescataría constantemente a sus miembros para que vivieran eternamente. Ni tendría administraciones permanentes ni departamentos de previsión que intentaran adelantarse al futuro. No dejaría que los timadores de la Oficina de Administración y Presupuesto de los Estados Unidos cometieran tales errores de arrogancia epistémica.
Ya hemos visto que en el contexto adecuado los estresores son información. Para lo antifrágil, el perjuicio causado por los errores debería ser menor que el beneficio. Naturalmente, me refiero a algunos errores, no a todos: los que no destruyen un sistema ayudan a impedir males mayores. Si el Titanic no hubiera naufragado y el coste en vidas no hubiera sido tan grande, se habrían construido transatlánticos cada vez más grandes y el siguiente naufragio habría sido aún más trágico. Este ejemplo ilustra la diferencia entre los beneficios para el sistema y los perjuicios para algunos de sus componentes individuales.
Cada accidente aéreo nos acerca más a la seguridad, mejora el sistema y hace que el siguiente vuelo sea más seguro. Pero los sistemas de esta clase aprenden porque son antifrágiles y explotan los errores “pequeños”; no se puede decir lo mismo de las grandes crisis económicas porque el sistema económico no es antifrágil tal como está organizado hoy. La razón es que cada año hay centenares de miles de vuelos de pasajeros y el accidente de uno no repercute en los demás: los errores son localizados; en cambio, los sistemas económicos globalizados actúan como uno solo y los errores se propagan agravándose cada vez más.
Para que la economía sea antifrágil y experimente lo que llamamos evolución, cada empresa por separado tiene que ser necesariamente frágil, estar expuesta a quebrar; y es que, para mejorar, la evolución necesita que los organismos (o sus genes) mueran para ser sustituidos por otros más aptos o que los menos aptos no se reproduzcan. En consecuencia, la antifragilidad de un nivel puede exigir la fragilidad —y el sacrificio— de un nivel inferior. Cada vez que preparamos nuestro café matutino con una cafetera, nos beneficiamos del fracaso —y la fragilidad— del empresario que no ha logrado que tengamos una cafetera mejor en la encimera.
Es desagradable pensar que la crueldad sea un motor de la mejora. Pero hay maneras de mitigar el perjuicio para los más débiles. La solución es crear un sistema en el que la caída de uno no pueda arrastrar a otros porque los fracasos continuos actúan para mantener el sistema. Paradójicamente, muchas políticas sociales e intervenciones de los gobiernos acaban perjudicando a los débiles y consolidando a los ya establecidos.
Para progresar, la sociedad moderna debería tratar a los empresarios arruinados de la misma forma que la humanidad ha venido honrando a los soldados muertos. Y es que del mismo modo que no hay soldados fracasados con independencia de que estén muertos o vivos (salvo que hayan dado muestras de cobardía), tampoco hay empresarios o investigadores científicos fracasados.

Lo antifrágil se puede enfrentar a los Cisnes Negros

Es mucho más fácil saber si algo es frágil que predecir un suceso que lo pueda dañar. La fragilidad se puede medir, pero el riesgo no (salvo en los casinos y en la cabeza de quienes se proclaman “expertos en riesgos”). Esto ofrece una solución a lo que he llamado el problema de los Cisnes Negros: la imposibilidad de calcular los riesgos de sucesos raros y de gran trascendencia y de predecir su incidencia.
Los Cisnes Negros son sucesos a gran escala, imprevisibles, irregulares y con unas consecuencias de muy gran alcance que sorprenden y perjudican a ciertos observadores que no los han previsto y a los que llamaremos “pavos”. Un carnicero alimenta durante mil días a un pavo. El pavo es feliz. Y entonces llega el día de Acción de Gracias y ser un pavo ya no es muy buena idea... El día de Acción de Gracias será un suceso de Cisne Negro pero solo para el pavo, no para el carnicero. La historia del pavo también nos revela a la madre de todos los errores perjudiciales: confundir la ausencia de prueba (de un perjuicio) con la prueba de ausencia, un error que, como veremos, es bastante común.
Nos dedicamos a refinar nuestra comprensión de lo ordinario creando modelos y teorías que no sirven para contemplar esos sucesos ni medir la posibilidad de que se den. Por ejemplo, los profesionales de la gestión de riesgos buscan en el pasado información sobre el llamado peor escenario y la emplean para calcular riesgos futuros: este método se llama “prueba de estrés”. Toman la peor recesión histórica, la peor guerra o los peores índices de desempleo como referencia para calcular el peor resultado futuro. Pero nunca se dan cuenta de esta incongruencia: cuando ese peor escenario del pasado sucedió, superó al “peor escenario” de su época. He llamado problema de Lucrecio a este fallo mental en honor al filósofo y poeta latino que escribió que el tonto cree que la montaña más alta del mundo es la más alta que ha visto él.
Lo mismo sucedió con el reactor nuclear de Fukushima, que sufrió un fallo catastrófico en 2011 a consecuencia de un tsunami. Había sido construido para resistir el peor terremoto histórico y los constructores no imaginaron que pudiera ocurrir otro peor. Del mismo modo, en su disculpa ante el Congreso estadounidense, el expresidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, el fragilista doctor Alan Greenspan, ofreció el clásico “Nunca había pasado algo así”. Pues bien, la naturaleza, a diferencia del fragilista Greenspan, se prepara para lo que no ha sucedido antes presuponiendo que puede ocurrir algo peor.
Los Cisnes Negros nos hacen creer que “casi” los hemos previsto porque los podemos explicar retrospectivamente cuando ya han pasado. La ilusión de que los podemos prever impide que nos demos cuenta de su papel en la vida. La vida es más — muchísimo más— laberíntica de lo que aparece en nuestra memoria: la mente convierte la historia en algo uniforme y lineal y hace que subestimemos el azar.
Si sabemos en qué lado estamos de la tríada, es decir, si somos frágiles, robustos o antifrágiles, podemos determinar más fácilmente nuestra sensibilidad al daño causado por la volatilidad en lugar de rompernos la cabeza tratando de prever el suceso raro (Cisne Negro) que nos puede causar un daño irreparable.
Nuestra misión en la vida (y la de cualquier sistema complejo que se precie) pasa a ser, simplemente, la de no pensar como el pavo o, si es posible, la de ser todo lo contrario, es decir, antifrágiles. Pero para no ser como nuestro querido pavo debemos empezar entendiendo la diferencia entre la estabilidad verdadera y la artificial.
Consideremos la suerte que han corrido los hermanos John y George. John lleva veinticinco años de administrativo en el departamento de personal de un gran banco. George es taxista.
John tiene un sueldo totalmente previsible (o eso cree), además de seguro médico y cuatro semanas de vacaciones al año. Suele despertarse diciéndose a sí mismo que “la vida va bien”. Pero eso era antes de que estallara la crisis bancaria y se diera cuenta de que su trabajo pasaría a ser “redundante”. Estar en el paro le afectaría muchísimo ya que tiene más de cincuenta años.
George tiene días buenos en los que puede ganar un buen dinero; otros son peores y apenas cubre gastos; pero viene a ganar más o menos lo mismo que su hermano. Dada la variabilidad de sus ingresos, siempre se queja de no gozar de la seguridad laboral de su hermano; pero, en el fondo, este anhelo es una ilusión porque acabará mejor parado que él.
Y es que esta es la ilusión fundamental de la vida: la ilusión que nos dice que la aleatoriedad es peligrosa, que es mala, y que hay que eliminarla. Los trabajadores por cuenta propia tienen unos ingresos con cierta volatilidad pero son bastante robustos frente a un Cisne Negro de poca importancia que pueda dejarlos sin ingresos. Sus riesgos son muy claros. Pero no pasa lo mismo con los asalariados: no tienen volatilidad y se ven sorprendidos cuando sus ingresos se quedan en nada tras ser despedidos. Sus riesgos están ocultos.
Gracias a la variabilidad, los profesionales autónomos tienen un poco de antifragilidad: las variaciones pequeñas hacen que se adapten y aprendan del entorno, porque en cierto modo se hallan bajo una presión continua para hacerlo. Recordemos que los estresores son información; estos profesionales afrontan continuamente esos estresores y se amoldan de una manera oportunista.
Así pues, y lamentablemente, a los seres humanos nos da tanto miedo la segunda forma de variabilidad que de una manera ingenua fragilizamos los sistemas —o impedimos que sean antifrágiles— protegiéndolos. En otras palabras, evitar los errores pequeños hace que los grandes sean más graves. Cuanta más variabilidad observamos en un sistema, menos propenso es a los Cisnes Negros.
Y es que la antifragilidad es el mejor antídoto contra los Cisnes Negros. Olvídese de los “científicos” que se dedican a predecir lo impredecible.

El método de la haltera

Vamos a describir una estrategia para lograr antifragilidad, es decir, para pasar al lado derecho de la tríada. El primer paso para llegar a la antifragilidad consiste en reducir lo desfavorable antes de aumentar lo favorable; por decirlo de otro modo, consiste en reducir la exposición a Cisnes Negros negativos y dejar que la antifragilidad natural actúe por sí sola.
Puede que sea evidente, pero se suele pasar por alto: reducir la fragilidad es un requisito, no una opción. Y es que la fragilidad es extenuante, igual que una enfermedad terminal. Si un paquete se rompe en condiciones adversas no se va a arreglar por sí solo cuando las condiciones vuelvan a ser adecuadas.
Los hombres de negocios suelen pasar por alto la importancia de abordar la fragilidad primero de todo porque tienden a creer que su principal misión es generar beneficios. No ven que la supervivencia es más prioritaria que el éxito. Antes que obtener beneficios y comprarse un BMW, sería buena idea sobrevivir. En otras palabras, si algo es frágil, la amenaza de que se rompa implica que todo lo que hagamos para mejorarlo o hacerlo “eficiente” será inútil si antes no reducimos el riesgo de rotura.
Es lo mismo que pasa con el crecimiento del PIB (producto interior bruto). Se puede lograr con toda facilidad endeudando a las generaciones venideras y permitiendo que la economía del futuro se pueda venir abajo por la necesidad de saldar esa deuda. Del mismo modo que la noción de “velocidad” es irrelevante para un avión que presenta un riesgo elevado de estrellarse porque sabemos que puede no llegar a su destino, al crecimiento económico con fragilidades no se le debe llamar crecimiento, algo que los gobiernos aún no han entendido. En la época dorada de la Revolución Industrial el crecimiento fue muy modesto, inferior al 1 %. Pero, aun siendo tan bajo, fue un crecimiento robusto, no como la carrera insensata de tantos Estados actuales que, en su intento de crecer, se comportan como conductores adolescentes borrachos de velocidad.
¿En qué consiste la estrategia de la haltera? El objetivo de la haltera (la barra con pesas que utilizan los halterófilos) es ilustrar la idea de combinar dos extremos que se mantienen separados evitando el centro o punto medio. Con una haltera podemos adoptar la doble actitud de ir a lo seguro en algunas áreas (robusto ante los Cisnes Negros negativos) y de asumir muchos riesgos pequeños en otras (abierto a los Cisnes Negros positivos) con el fin de lograr antifragilidad.
Veamos un ejemplo de haltera en el campo de las finanzas: si guardamos el 90 % de nuestros fondos en efectivo (siempre que estemos a salvo de la inflación) e invertimos el 10 % restante en valores de mucho riesgo, por un lado es imposible que perdamos más del 10% y por el otro podemos obtener pingües beneficios. Alguien que invierta el 100 % en los llamados valores de riesgo “medio” se expone a la ruina total por un mal cálculo de los riesgos. Esta estrategia de haltera soluciona el problema de que los riesgos de los sucesos raros no se puedan calcular y sean frágiles a los errores de estimación; en este ejemplo, la haltera financiera tiene una pérdida máxima conocida.
La haltera evita la “media” o el “punto medio”... porque es muy peligroso. Si nos dijeran que nuestra abuela pasará las dos próximas horas a la temperatura media de veintidós grados centígrados podríamos pensar que es una temperatura ideal. Pero resulta que la abuela se pasará la primera hora a dieciocho grados bajo cero y la segunda a sesenta sobre cero con una media equivalente a veintidós grados. Así que lo más seguro es que nos quedemos sin abuela. Como vemos, la noción de media carece de importancia cuando uno es frágil a las variaciones.
Las estrategias de haltera pueden ser muy variadas. El único límite es la imaginación y las circunstancias de cada persona. A modo de ilustración pensemos en la estrategia de haltera de algunos escritores. La literatura es una de las carreras más inflexibles, más especulativas, más exigente y con más riesgo. Entre los escritores existe la tradición de buscarse una profesión libre de ansiedad, con pocas exigencias intelectuales y gran seguridad laboral, la clase de trabajo que permite dedicar el tiempo libre a escribir lo que uno quiere.
En política social, una haltera consistiría en proteger a los más débiles y dejar que los fuertes cumplan con su trabajo en lugar de ayudar a consolidar los privilegios de la clase media, lo que bloquea la evolución y genera toda clase de problemas económicos que tienden a perjudicar más a los más desfavorecidos.
Antes de que el Reino Unido se convirtiera en un estado burocrático, presentaba una estructura de haltera formada por aventureros (tanto en lo económico como en lo físico) y por una aristocracia. No es que la aristocracia tuviera mucho peso, pero al menos ayudaba a mantener cierto sentido de precaución mientras los aventureros recorrían el planeta en busca de oportunidades de comercio o se quedaban en casa manipulando maquinaria. Hoy la City de Londres está formada por bohemios burgueses que viven de sus bonus anuales.
Hay un proverbio yiddish que reza “Prepárate para lo peor, porque lo mejor se encarga de sí mismo”. Puede parecer una perogrullada, pero no lo es. Tenemos pruebas más que suficientes de que a la gente le disgustan las pérdidas pequeñas pero no tanto los grandes riesgos tipo Cisne Negro (a los que infravaloran) porque tienden a asegurarse contra pérdidas pequeñas probables, pero no contra pérdidas grandes e infrecuentes. Precisamente lo contrario de lo que deberían hacer.
La haltera es una domesticación —que no eliminación— de la incertidumbre.

La estrategia de las opciones

Tales fue un filósofo jónico de linaje fenicio, que vivía en la ciudad de Mileto. Cansado de que sus amigos de espíritu más comercial le repitieran que “el que puede actuar actúa, y el que no, filosofa”, llevó a cabo una proeza: compró a muy bajo precio el derecho a utilizar hasta final de temporada todas las prensas de aceite de los alrededores de Mileto y de Quíos. La cosecha de aceitunas fue tan abundante y hubo tal demanda de prensas que las acabó arrendando a sus dueños con sus propias condiciones y amasó una fortuna considerable. Luego, se dedicó otra vez a filosofar.
En esta opción, Tales tenía el derecho —que no la obligación— de usar las prensas en el caso de que hubiera una gran demanda y la otra parte tenía la obligación —no el derecho— de cedérselas. Tales pagó muy poco por aquel privilegio que le suponía unas pérdidas muy limitadas y un beneficio potencial muy grande. Aquella fue la primera opción de la que se tiene constancia.
La opción es un agente de la antifragilidad (si nos permite ganar más de lo que podemos perder). En las finanzas, las opciones pueden ser caras, porque la gente sabe que son opciones y que alguien las vende y cobra por ellas, pero las alternativas más interesantes son gratuitas o, en el peor de los casos, baratas.
Por ejemplo, supongamos que vivimos de alquiler con un contrato indefinido. Tenemos la opción de seguir en el piso el tiempo que queramos, no la obligación de hacerlo. Si un día nos da por mudarnos, basta con que se lo notifiquemos al dueño y adiós. Por otro lado, el dueño está obligado a dejar que sigamos viviendo en el piso pagando un alquiler previsible. Si los alquileres aumentaran mucho y en el mercado inmobiliario se creara una burbuja que acabara estallando, estaríamos protegidos. Por otro lado, si el precio de los alquileres se desplomara, podríamos cambiar fácilmente de piso y reducir los gastos mensuales. La bajada de los alquileres nos beneficia y la subida no nos perjudica. En cierto modo, la incertidumbre aumenta el valor de este privilegio. Y es que, cuanto mayor es la incertidumbre, más valiosa es una opción.
Consideremos ahora la llamada “investigación blue sky” donde se destinan fondos a personas en lugar de a proyectos, y se asignan pequeñas cantidades a muchos investigadores. Estos inversores tienden a financiar emprendedores, no ideas. Como dicen ellos mismos, apuestan por el jockey, no por el caballo. El saldo o resultado final de una inversión de capital riesgo tiene una distribución estadística, sigue una ley de potencias con unas ventajas grandes, casi ilimitadas y, a causa de la opcionalidad, con unos inconvenientes limitados. Como me dijo un inversor de capital riesgo, “los beneficios pueden ser tan grandes que no te puedes permitir no estar en todo”. Una propiedad de la opción es que no le preocupa el resultado medio: solo le interesan los resultados favorables (puesto que los negativos no cuentan más allá de un punto dado).
Si alguien tiene opcionalidad no hace falta que posea inteligencia, perspicacia, o aptitudes. Y es que no es necesario que acierte tantas veces. Lo único que necesita es tener la prudencia de no hacer tonterías que le perjudiquen (algunos actos por omisión) y reconocer los resultados favorables cuando se den.
La opcionalidad es una forma alternativa de hacer cosas de una manera oportunista, y con la gran ventaja de que surge de una asimetría con beneficios grandes y perjuicios leves. Es un modo de domesticar la incertidumbre, de obrar de una manera racional sin necesidad de entender (o “adivinar”) el futuro. Cuanto mayor sea la incertidumbre, más importante será el papel de la opcionalidad y mejor nos irán las cosas. Esta propiedad es fundamental para la vida.

El problema de la eficiencia, el tamaño y la fragilidad

Un sábado por la tarde me acerqué hasta Nueva York en automóvil. Salí con tiempo de sobra (soy un defensor a ultranza de que la gente ponga redundancia en todos los ámbitos de su vida), pero según me iba acercando al centro me encontré en medio de un atasco monumental. Las autoridades de la ciudad habían dado permiso a una productora para rodar en el puente de la calle 59 bloqueando un carril; creyeron que, al ser sábado, no habría ningún problema. Pero aquel pequeño problema de tráfico se convirtió en un caos total a causa de los efectos multiplicativos. Este caso ejemplifica el problema fundamental de la eficiencia: una modificación pequeña da unos resultados que se acumulan en un sistema muy ajustado y que, por lo tanto, es frágil. Hay gente que pasa por alto que el funcionamiento sin problemas en unas circunstancias normales es muy, pero que muy diferente al funcionamiento en momentos de estrés. El cuello de botella de la “eficiencia demasiado eficiente” es la madre de todas las fragilidades.
Pero no solo la eficiencia causa fragilidad; también el tamaño de los sistemas. El 21 de enero de 2008, el prestigioso banco parisino Société Générale se apresuró a vender en el mercado unos setenta mil millones de dólares en acciones. Los mercados no estaban muy activos porque era festivo en Estados Unidos, pero las bolsas de todo el mundo cayeron en picado cerca de un 10 %, lo que le costó cerca de seis mil millones de dólares en pérdidas solo por esta liquidación. Lo que sucedió es que habían descubierto un desfalco. Jéróme Kerviel, un administrador de operaciones financieras del banco, había estado apostando unas sumas enormes en el mercado y había ocultado estas exposiciones. Así que no les quedó más opción que vender de inmediato esas acciones que no sabían que poseían.
Una liquidación de setenta mil millones de dólares en acciones supone una pérdida de seis mil millones. Pero una liquidación por valor de una décima parte, siete mil millones, no generaría ninguna pérdida porque los mercados absorberían esta cantidad sin caer en el pánico y hasta puede que no se dieran ni cuenta. Dicho de otro modo, si en lugar de un banco muy grande tuviéramos diez bancos más pequeños cada uno con su Micromonsieur Kerviel proporcional realizando estas operaciones fraudulentas al azar, las pérdidas totales para los diez bancos serían prácticamente nulas.
Los análisis a posteriori fueron claramente erróneos porque atribuyeron el desastre a los malos controles del malvado sistema capitalista, y a la falta de vigilancia por parte del banco. Pero no había sido así. Tampoco fue un caso de “codicia”, como solemos pensar. El problema se debió básicamente al tamaño y a la fragilidad que conlleva.
La historia de Kerviel es muy ilustrativa y la podemos generalizar a otros ámbitos. En el campo de la gestión de proyectos, Bent Flyvbjerg ha presentado pruebas sólidas de que un aumento en el tamaño de los proyectos se plasma en retrasos y en unos costes cada vez más elevados. Pero hay un matiz: hay proyectos que se pueden dividir en partes, pero otros no. Por ejemplo, los proyectos para construir puentes suponen una planificación monolítica porque no se pueden descomponer en partes más pequeñas. En el caso de las carreteras, que se construyen por tramos pequeños, el efecto del tamaño no suele ser muy grave, porque los responsables del proyecto solo cometen errores leves y se pueden adaptar a ellos.
Antes se pensaba que esta subestimación de los costes de los proyectos se debía a un sesgo psicológico, a un exceso de confianza (optimismo). Pero el gran misterio es que esta subestimación parecía no existir hasta hace aproximadamente un siglo, aunque los seres humanos eran como ahora y tenían los mismos sesgos. Pensemos en el Crystal Palace de Londres, construido para la Exposición Universal de 1851. Entre la concepción del palacio y su inauguración solo pasaron nueve meses. El edificio era como un invernadero inmenso; se construyó a base de bastidores de hierro colado y de cristal fabricados casi exclusivamente en Birmingham y Smethwick.
Para diseñar el proyecto no se usaron ordenadores, las piezas no se montaron lejos de su origen y en la cadena de producción participaron pocas empresas. En aquella época tampoco existían escuelas de empresariales que enseñaran algo llamado “gestión de proyectos” y fomentaran el exceso de confianza. Tampoco había empresas de consultoría. El problema de la agencia (la divergencia entre el interés del agente y el de su cliente) no era significativo. En otras palabras, era una economía mucho menos compleja que la de hoy.
Los efectos de Cisne Negro van necesariamente en aumento como resultado de la complejidad, la interdependencia entre las partes, la globalización y la maldita “eficiencia” que hace que la gente se la juegue demasiado. Añadamos a eso los asesores y las escuelas de empresariales. Un solo problema en algún punto puede paralizar todo un proyecto, y los proyectos tienden a ser tan débiles como el eslabón más débil de la cadena. El mundo es cada vez menos previsible y nos basamos más y más en tecnologías que tienen errores y en interacciones que son difíciles de calcular y aún más de predecir.
Y si pensamos en los gobiernos es fácil entender por qué nos meten en problemas con el dichoso déficit público: su infravaloración de los costes de los proyectos es crónica y al final terminan gastando más de lo que nos dicen. Esto me ha llevado a formular una regla de oro para todo gobierno: prohibido endeudarse, equilibrio fiscal obligatorio.

Menos es más (antifrágil)

La idea de que, en la toma de decisiones, “menos es más” significa que los métodos más simples de predicción e inferencia pueden funcionar mucho (pero mucho) mejor que otros de mayor complicación. La idea es contar con estrategias heurísticas “rápidas y frugales” con las que tomar buenas decisiones aunque el tiempo, el conocimiento y la capacidad de cálculo sean limitados.
Un ejemplo de regla sencilla: hay ámbitos en los que el suceso raro (bueno o malo) tiene un efecto desproporcionado que normalmente somos incapaces de ver, por lo que si nos centramos en el aprovechamiento de (o en la protección frente a) un suceso raro de ese tipo, produciremos un cambio más que considerable en nuestra exposición al riesgo. Preocupémonos simplemente por nuestra exposición a los Cisnes Negros y la vida será más sencilla.
Algunas personas están familiarizadas con la “regla del 80-20”, basada en el descubrimiento que hizo Vilfredo Pareto hace más de medio siglo de que el 20 % de la población de Italia era propietaria del 80 % de la tierra. Sin embargo, pocas son las personas conscientes de que nos estamos desplazando hacia una distribución mucho más desigual, de un “99-1”, en muchos ámbitos: un 99 % del tráfico de internet es atribuible a menos del 1 % de los sitios web; un 99 % de las ventas de libros corresponden a menos del 1 % de los autores... Casi todo lo contemporáneo tiene efectos de “el ganador se lo lleva todo”, y ahí están incluidas fuentes tanto de daños como de beneficios. Como consecuencia, con un 1 % de modificación de los sistemas puede reducirse la fragilidad (o incrementarse la antifragilidad) aproximadamente en un 99 %, y lo único que se necesita para ello son unos pocos pasos, muy pocos, y con bajo coste por lo general, para hacer que las cosas sean mejores y más seguras.
 Sin embargo, la gente se empeña en tener más datos para “solucionar problemas”.
Tener más datos, como prestar atención al color de los ojos de las personas que nos rodean cuando estamos cruzando una calle, por ejemplo, puede impedirnos ver el camión enorme que se nos viene encima. Tal como Paul Valéry escribió en una ocasión, “cuántas cosas hay que ignorar para actuar”.

Conclusión

Cuando ha tenido lugar un suceso, en lugar de echar la culpa a la incapacidad de haberlo visto venir habría que culpar a la incapacidad de entender la (anti)fragilidad; dicho de otro modo, deberíamos preguntarnos por qué hemos construido algo tan frágil a sucesos de esta clase. No prever un tsunami o una crisis económica es excusable; construir algo que sea frágil a ellos no lo es. Podemos ver una idea similar en las palabras (quizá apócrifas) de Warren Buffett cuando dijo que intenta invertir en negocios que sean “tan buenos que hasta los pueda dirigir un idiota; porque, tarde o temprano, alguno lo hará”.
Pero no tendríamos una visión completa de la tríada si no abordáramos la cuestión de la ética. Y es que hay personas que, parapetadas tras la opacidad y la complejidad de nuestro mundo, tratan de ocultar riesgos y perjudicar a otras sin que la ley ni la justicia sean capaces de detectarlas y ponerles freno. El peor problema de la modernidad radica en la transferencia maligna de fragilidad y antifragilidad de unas partes a otras, de manera que las primeras se quedan con los beneficios y las segundas son las receptoras (inadvertidas) de los daños.
Estamos ante el denominado “Problema de la agencia”. Imaginemos una situación en la que el administrador de una empresa no es el verdadero dueño de esta, por lo que sigue una estrategia que parece razonable, pero que ocultamente le beneficia y le vuelve antifrágil a expensas (en forma de fragilidad) de los verdaderos dueños o de la sociedad. Cuando ese gestor acierta, recoge abundantes beneficios; cuando se equivoca, son otros los que pagan la factura.
Estas situaciones poco éticas, cuando salen a la luz, se intentan camuflar con todo tipo de argumentos espurios. Fijémonos en esas empresas “demasiado grandes para caer” que se parapetan tras el argumento de que tienen una plantilla compuesta por cientos de miles de personas a las que no pueden abandonar. Como si eso fuera una “virtud” para que grandes sociedades anónimas burocratizadas se hayan hecho con el control del Estado simplemente por el hecho de que son “grandes empleadoras” y, gracias a ello, poder extraer de este importantes ventajas a expensas de las pequeñas y medianas empresas.
Pero ¿cómo resolvemos este problema? Los antiguos parece que estaban mucho más avanzados de lo que estamos hoy en día a este respecto. Los romanos, por ejemplo, consideraban que los ingenieros debían pasar un tiempo bajo el puente que acababan de construir. No se trataba de castigar a los culpables con efectos retroactivos, sino de salvar vidas proporcionando desincentivos para que quien desempeñara su profesión se abstuviera al máximo de causar daños a otros.
Puede que tengamos mayor justicia social que nunca antes en la historia, pero también padecemos muchas más transferencias de opcionalidad. Cuando se trata de predicciones, las palabras de los académicos, los consultores y los periodistas pueden ser solamente eso, palabras despojadas de toda prueba de verdad. Como siempre sucede con las palabras, no siempre vencen las más correctas, sino las más cautivadoras.
Si alguien conduce un autobús escolar con los ojos vendados y tiene un accidente, se enfrenta a dos posibilidades: o bien muere, o bien, si sale vivo, se verá sometido a tal cantidad de penalizaciones como para no poder conducir nunca más vehículos en los que transporte a otras personas. El problema, sin embargo, es que la mayoría de los fragilistas siguen ahí, al volante del autobús. No hay penalización prevista para los creadores de opinión, banqueros, consultores, irresponsables (y trajeados) ejecutivos de empresa, burócratas... que dañan a la sociedad. Y esa es una práctica muy negativa. Ahí está, por ejemplo, la administración Obama, que trató de combatir la crisis de 2008 nutriendo sus filas de aquellas mismas personas que, poco antes, habían conducido el autobús con una venda en los ojos. A los causantes se les premió, encima, con un ascenso.
Los bancos han perdido últimamente más de lo que jamás ganaron a lo largo de su historia, pero sus directivos han cobrado miles de millones de dólares en forma de retribuciones y bonificaciones. Los contribuyentes se hacen cargo de las consecuencias negativas; los banqueros se quedan con las positivas. Y las políticas dirigidas a corregir el problema están perjudicando a personas inocentes mientras los banqueros siguen con sus vidas de lujo.
Quien no vea esta transferencia de antifragilidad como un robo, ciertamente tiene un problema (o es que está en el ajo).

Fin del resumen ejecutivo

Biografía del autor

Nassim Nicholas Taleb (Amioun, Líbano, 1960) ha dedicado su vida a investigar las reglas y la lógica de la suerte, la incertidumbre, la probabilidad y el saber. Matemático empírico, a la vez que analista del comportamiento económico de los seres humanos, trabajó durante 21 años como gestor de hedge funds y trader de productos derivados. Taleb ha sido investigador y docente en diversas instituciones académicas, como la NYU's School of Engineering o la Universidad de Massachusetts en Amherst.
Es autor de los libros ¿Existe la suerte? (Ediciones Paidós, 2009), The Bed of Procrustes (Random House, 2010), El Cisne Negro (Ediciones Paidós, 2011) y Antifrágil (Ediciones Paidós, 2013).
 
Fuente: Leader Summaries