vendredi 27 juillet 2018

El encanto de la intuición - Felipe Arturo Loyola

La expresión "toma de decisiones" es utilizada en diferentes contextos: la administración pública, los negocios* e incluso en el ámbito personal o cotidiano. Escoger entre dos o más opciones es algo que se hace todos los días**. El dilema está en definir la herramienta más eficaz y precisa que nos ayude a elegir.
A lo largo de la historia el hombre ha empleado distintas formas de afrontar disyuntivas, como las basadas en posibilidades a través del cálculo y gestión del riesgo, o las que necesitan de un consenso de grupo, apoyo tecnológico o simplemente la intuición.
Sea cual fuere la forma escogida, de uso único o combinado, todas dieron sus resultados en contextos y situaciones únicas; y todos los casos exitosos fueron caracterizados por personas que tuvieron algo en común: "una gran dosis de dominio personal".
Peter Senge describe este rasgo común señalando que estas personas "no pueden permitirse tener que elegir entre la razón y la intuición, o entre el corazón y la cabeza, de la misma manera que no elegirían caminar con una sola pierna o ver sólo por un ojo"1. Por lo tanto, según Senge, bajo este modelo se toman decisiones a partir de la experiencia y el juicio personal acumulado.2
Si nos remontamos a una etapa más temprana del ser humano, como es la infancia, podríamos definir a la intuición como una interiorización simple de movimientos y percepciones bajo imágenes representativas, tal como lo señala Jean Piaget en su obra "Seis estudios de psicología"3.
En este período no requerimos de muchas variables para decidir si hacemos una cosa u otra; simplemente nos apoyamos en la pequeña experiencia que tenemos acompañada de nuestra intuición. Este punto podríamos complementarlo con el siguiente postulado de Burke y Miller: "la intuición resulta de un proceso mental subconsciente, que se sustenta en la historia anterior del individuo".4
En otras palabras, no es necesario manejar demasiada información para emprender un nuevo proyecto u optar por una alternativa u otra, en un determinado negocio o incluso dentro de la alta gerencia.

Un elemento adicional

Si bien conocemos los diferentes postulados que existen para tomar decisiones, es importante hacerlo con un enfoque racional y con toda la información disponible de manera que no demos un paso en falso.
Además, tampoco se puede desestimar la posibilidad de utilizar un "elemento" más que, aunque no requiera de muchas variables, puede ser parte de nuestro quehacer diario. Sin embargo, a pesar de ello se ha señalado que "la inteligencia está detrás tanto de la intuición como del análisis".
Como señala Malcolm Gladwell en su obra Inteligencia intuitiva, "quienes son buenos tomando decisiones no son aquellos que procesan más información o que dedican más tiempo a deliberar, sino aquellos que han perfeccionado el arte de hilar fino, de extraer los pocos factores que realmente importan a partir de una cantidad desmesurada de variables".
En otras palabras, no es necesario manejar demasiada información para emprender un nuevo proyecto u optar por una alternativa u otra, en un determinado negocio o incluso dentro de la alta gerencia.5
Pero la gran pregunta es ¿este valioso recurso puede cultivarse o desarrollarse? Muchos sugieren que si es posible (como John Hammond, Ralph Kenney, Howord Raiffa y Max Bazerman); lo que no se ha establecido es el cómo.
Sin embargo, existen algunos rasgos que pueden caracterizar a las personas que tienden a tener mayor facilidad para tomar una decisión basada en la intuición, como son: aquellas que no están vinculadas con aspectos de rigor científico, aquellas que poco o nada utilizan la causalidad, las que tienen cierto conocimiento de tema implicado (adquirido por la experiencia), entre otros aspectos, que de ser necesario podrían investigarse más a fondo.

*Buchanan, L. y O'Connell, A. (julio, 2006). Breve historia de la toma de decisiones. Harvard Deusto Business Review (148) pp. 16-25.

**Robbins, Stephen (1987). Administración teórica y práctica. Prentice-Hall Hispanoamerica S.A. Mexico. Tomado de: Solano, A. Toma de Decisiones Gerenciales. Tecnología en Marcha. Vol. 16 N˚ 3.

1 Senge, P. (1990). La Quinta Disciplina. Editorial Granica.

2 Robbins, S.(1999). Comportamiento organizacional. 8va.edición. Prentice Hall. México. Toma

3 Piaget. J (1991). Seis Estudios de Psicología. Editorial Labor, S.A.

4 Burke, L. A.,; Miller, M. K. (1999). Taking the Mystery out of Intuitive decisión making. Academy of Management Executive. Vol. 13, No. 4, Themes: Structure and Desicion Making (Nov., 1999), pp. 91-99

5 Gladwel, M. Inteligencia Intuitiva. Grupo Editorial Penguin Randow House. 2014.

Fuente: https://www.esan.edu.pe/conexion/actualidad/2017/04/04/el-encanto-de-la-intuicion/

vendredi 20 juillet 2018

La sorpresa como emoción ambigua

La galaxia de la sorpresa se refiere a la emoción ambigua por excelencia, ya que puede ser positiva y negativa según las circunstancias. En este sentido es como una especie de cometa o materia intergaláctica que puede navegar a través de todas las demás galaxias. Por esto se ha colocado en un lugar central.

La sorpresa es una reacción emocional provocada por algo imprevisto o extraño. Desencadenantes de la sorpresa pueden ser estímulos novedosos, inesperados, interrupciones, cambios bruscos, etc. La sorpresa es la emoción más breve. A veces dura solamente segundos. Después se suele convertir rápidamente en otra emoción, congruente con la situación que la ha desencadenado (miedo, alegría, tristeza, ira).

La sorpresa tiene la función de preparar al sujeto para afrontar acontecimientos inesperados. Ante una sorpresa, sobre todo si es negativa, hay que reaccionar rápidamente.

Fuente: http://universodeemociones.com/sorpresa/

vendredi 13 juillet 2018

El poder espiritual de la Danza - Gabrielle Roth

Cada uno de nosotros es un centro de movimiento, un espacio de misterio divino. Y aunque gastamos la mayoría de nuestro tiempo en la superficie en los detalles cotidianos de la existencia ordinaria, la mayoría de nosotros deseamos conectar con ese espacio interior, abrirnos camino en la dicha, ser barridos dentro de algo más grande que nosotros.

Como danzante joven, hice una transición desde el mundo de pasos y estructuras al mundo de la transformación y el trance mediante la exposición a la percusión en vivo. Los golpes, patrones y ritmos siguen llamándome más y más profundo en la danza.

Siendo joven, salvaje y libre, no me daba cuenta de que para entrar en lugares extáticos profundos, tendría que estar dispuesta a transformar absolutamente todo lo que se cruzara en mi camino. Eso incluía toda forma de inercia: la inercia física de músculos tensos y estresados; el bagaje emocional de sentimientos deprimidos, represados; el bagaje mental de dogmas, actitudes y filosofías. En otras palabras, tendría que dejar ir todo – todo.

En ese momento, estaba enseñando movimiento a miles de personas y en ellos, comencé a ser testigo de mi propia división cuerpo / espíritu. Entre la cabeza y los pies de cualquier persona hay billones de millas de tierra salvaje inexplorada. Anhelaba conocer lo que sucedía en esa tierra salvaje, no solamente en mí sino en todos los demás también.

Y así, el movimiento se convirtió en mi medicina y en mi meditación. Habiendo encontrado y sanándome en su salvaje abrazo, me convertí en una creadora de mapas para que otros los sigan, pero no en mis pasos, en los suyos propios. Muchos de nosotros estamos buscando un latido, algo sólido y arraigado donde podamos refugiarnos y comenzar a explorar la fluidez de estar vivo, investigar porqué con frecuencia nos sentimos bloqueados, anestesiados, atontados, tensos, inertes e incapaces de ponernos de pie o de sentarnos o de descifrar las pantallas que reflejan nuestra locura colectiva.

La pregunta que planteo a mí y a otros es, “¿Tienes la disciplina para ser un espíritu libre?” ¿Podemos ser libres de todo lo que nos ata y nos inclina en una forma de consciencia que no tiene nada que hacer con quienes somos de un momento a otro, de una respiración a otra?

La danza es la ruta más rápida y más directa a la verdad – no una gran verdad que pertenece a todos, sino la de tipo personal, la clase de verdad de lo que está sucediendo en mí ahora mismo. Danzamos para reclamar nuestra brillante habilidad de desaparecer en algo mayor, algo seguro, un espacio sin un crítico o juez o analista.

Bailamos para enamorarnos del espíritu en todas las cosas, para borrar la memoria o transformarla en movimientos que nadie más puede hacer porque ellos no lo vivieron. Bailamos para conectarnos con el verdadero genio oculto detrás de toda la mierda – para buscar refugio en nuestra originalidad y nuestro poder para reinventarnos a nosotros mismos, para dejar el pasado, olvidar el futuro y caer en el momento de pie. ¿Recuerda tener quince años, poseído por el ritmo, por la emoción de la música bombeando lo suficientemente fuerte como para ahogar todo lo que alguna vez había conocido?

El ritmo es un amante que nunca decepciona y, como todos los amantes, demanda un 100% de rendición. Tiene el poder de seducir movimientos que no podríamos soñar. Nos agarra por el vientre, nos da la vuelta y nos deja abruptamente rogando por más. Amamos los ritmos que se mueven más rápido de lo que podemos pensar, los ritmos que nos llevan más y más profundo en nuestro interior, que hacen vibrar nuestros mundos, quebrar muros y hacernos sudar nuestras plegarias. La oración es movimiento. La oración es ofrecer nuestros huesos al baile. La oración es soltar todo lo que impide nuestro silencio interior. Dios es la danza y la danza es el camino a la libertad y la libertad es nuestro trabajo sagrado.

Danzamos para sobrevivir, y el ritmo nos ofrece un camino de ladrillos amarillo para superar el caos que es el tempo de nuestros tiempos. Danzamos para soltar pieles, arrancar máscaras, romper moldes y experimentar el colapso – la demolición de fronteras entre cuerpo, corazón y mente, entre géneros y generaciones, entre naciones y nómadas. Somos la generación transicional.

Esta es nuestra danza.


Fuente: https://www.huffingtonpost.com/entry/spirituality-dance_b_862226.html

vendredi 6 juillet 2018

Perderle el miedo al miedo - Fabiana Fondevila


La escena es del filme de culto adolescente Donnie Darko (2001). Una docente les enseña a sus alumnos una línea de tiempo dividida que se extiende entre dos opuestos: el miedo y el amor. El miedo, explica, está en el espectro de energía negativa, y el amor en el de energía positiva. Luego les reparte a los alumnos tarjetas con diversas acciones (copiarse en un examen, encontrar una billetera y quedarse con el dinero) y les pide que las ubiquen en algún lugar de la línea. Cuando le toca el turno al personaje principal, el lúcido y atribulado joven se rehúsa a cumplir con la consigna. "La vida es más compleja que eso", argumenta, con comprensible fastidio.
Lo que la docente intenta transmitir a sus alumnos es un concepto tan difundido en ámbitos psicológicos y espirituales que se ha vuelto incuestionable: la idea de que el miedo y el amor son las únicas dos emociones primarias, y que la vida es una suerte de batalla entre una y otra. "El miedo es lo opuesto al amor", repiten innumerables libros, artículos y citas. Por extensión, se entiende que ambos no pueden coexistir, y que para abrazar al amor debemos trascender el miedo. En la comprensión errónea de este último verbo reside, a mi entender, la confusión.

Empecemos por una pregunta básica: ¿qué es el miedo? El miedo es una señal que se expresa en el cuerpo ante la presencia de un peligro. En ese sentido, es un impulso vital, gracias al cual sorteamos un montón de situaciones cotidianas, sin siquiera saber que el miedo es lo que está operando. Cada vez que esquivamos autos al cruzar la calle, manejamos con cuidado en una tormenta, o tomamos un sinfín de acciones para evitar escenarios riesgosos o catastróficos, está operando el miedo. Compartimos este impulso vital con el resto de los animales, y hasta con los organismos unicelulares, que se contraen en la presencia de posibles amenazas.
Por supuesto, en el ser humano este impulso reviste mayor complejidad: gracias a nuestro sofisticado psiquismo, no solo podemos percibir amenazas en nuestro entorno inmediato, sino que podemos recordar amenazas pasadas, anticiparnos a amenazas futuras, fabricar amenazas que no existen, y hasta desestimar las que tenemos delante de nuestras narices.

Gavin de Becker, experto en seguridad y autor de "El regalo del miedo. Señales de supervivencia que nos protegen de la violencia", tiene como parte de sus funciones acudir a las escenas donde se cometieron crímenes, a dialogar con los sobrevivientes. Cuenta en su libro que quienes sobrevivieron a un ataque casi siempre pueden recordar a posteriori alguna señal intuitiva de peligro que desestimaron. En otras palabras, sus cuerpos tomaron nota de algo inquietante y sus mentes lo negaron. "Solo los seres humanos pueden mirar directamente a algo, quizás tener toda la información que necesitan para hacer una predicción precisa, y luego decir que no es así".
¿Cuál es el regalo del miedo, cuando este opera orgánicamente? Proveernos de foco, intuición, claridad y capacidad de reacción. En momentos en que la amenaza es inmediata o inminente, dice de Becker, no nos sirve el razonamiento ni todo nuestro arsenal de conocimientos previos, ya que este es general, mientras que la amenaza es siempre puntual y específica. El cuerpo, en cambio, actúa por nosotros en milésimas de segundo, valiéndose de una inteligencia instintiva de billones de años de antigüedad. Esto corroboran los muchos casos que relata el especialista de personas que lograron salir vivas de situaciones de violencia, escuchando señales que en otras circunstancias desoiríamos. Por ejemplo, el caso de la chica que, tras ser violada en su departamento, logra escapar de una muerte segura siguiendo una intuición: cuando el violador le dice que iría a la cocina a tomar agua y partiría, y que no se moviera del cuarto, ella percibe en el cuerpo que esa no era su verdadera intención, y en lugar de quedarse hecha un ovillo, esperando su partida, se envuelve en una sábana y lo sigue por el pasillo a milímetros de distancia, como un fantasma, hasta la puerta de entrada, y logra escapar. En efecto, el hombre iba a la cocina a buscar un cuchillo para acabar con su vida, como había hecho con sus víctimas anteriores. Ella le dijo a de Becker, después: "No pensé nada, mis piernas me levantaron y lo siguieron, sin que yo participara".

Los sucedáneos del miedo

Ahora bien, las amenazas que nos generan miedo en nuestra vida cotidiana no suelen tener esa magnitud ni esa inmediatez. Nos asustan las cuentas a pagar a fin de mes, las conversaciones difíciles que sabemos que debemos tener, la idea de que alguien desapruebe de algo que hacemos, decimos o pensamos, la posibilidad de sufrir alguna calamidad. Nuestros miedos son mayormente psicológicos, y no siempre son de vida o muerte, aunque así los sintamos.
¿Qué forma toman estos miedos? Las dos más habituales son: la ansiedad (una forma difusa del miedo, de menor intensidad y mayor duración; muchas veces con causa incierta), y la preocupación (una forma del miedo mental y rumiante). Y si bien la amenaza en estos casos no es inmediata, sí lo es la reacción que despiertan estos estados en el cuerpo: el corazón que late desbocado, los torrentes de adrenalina y cortisol que cursan por nuestras venas, preparándonos para luchar o huir. Está claro que no son estas las respuestas que estas situaciones requieren, y que vivir presos de la ansiedad y la preocupación puede enfermarnos, o al menos ir en desmedro de nuestra calidad de vida. ¿Qué hacer, entonces? Aquí, una propuesta:
1.Ponerle nombre al miedo que hay detrás de la ansiedad o la preocupación. Nombrarlo ya genera un grado de separación, y nos recuerda que no somos lo que estamos sintiendo, sino apenas aquel o aquella que percibe esos pensamientos, emociones o sensaciones en el cuerpo.

2.Escribir o hablar acerca de nuestra preocupación con alguien de confianza, y preguntarnos qué medidas concretas podemos tomar para resguardarnos de que suceda el escenario temido, o prepararnos (haciéndonos de recursos) para estar mejor parados para enfrentarlo.

3.Procurar distinguir la amenaza real de la imaginaria. La amenaza real es siempre algo que está ocurriendo en nuestro entorno o situación puntual, y que pueden percibir otros al igual que nosotros. La amenaza imaginaria se emparenta más con un recuerdo personal, o con algo proyectado en el futuro, sin mucho asidero en los hechos concretos.

4.Si la emoción persiste, es hora de echar mano al amor. El amor es una emoción, pero también un estado del ser que está más allá de las contingencias: es la esencia que subyace. Podemos buscarlo en el abrazo de un amigo, pero también encontrarlo en nuestros propios corazones. Hay infinitas meditaciones que ayudan a hacer espacio para aquello que nos pesa, nos duele o nos atemoriza, sin necesidad de proscribirlo. Muy por el contrario, la invitación es a respirar, aflojar la panza, ponernos las manos en el corazón y hacer lugar para la emoción que quiera presentarse, abrazándola sin juzgarla, como se abraza a un niño herido o asustado.

Aquí, entonces, la distinción con la antinomia que mencionábamos al comienzo. Trascender no es negar ni moverse hacia al polo opuesto, sino vivenciar, aceptar y solo como consecuencia, saltar una octava y habitar un continente mayor. Pasar a segundo grado no es desaprender lo que aprendimos en primero ni denostarlo, sino incluirlo, agradecerlo, y superarlo. En otras palabras, no vamos por otra cosa, vamos por más.

Nunca "superaremos" el miedo. Mientras tengamos cuerpo, emociones y sensaciones -mientras estemos vivos- habrá motivos para el miedo. Tendremos miedo ante situaciones de peligro, al encarar algo nuevo, al decir el primer "te amo", al compartir algo que nos expone, al enfrentar una enfermedad propia o de un ser querido. Tendremos miedo, porque la vida incluye la oscuridad, la separación, el dolor y la muerte. Pero, por fortuna, también incluye al amor, que puede tomar el miedo en sus brazos, aceptarlo tal y cual se presenta, y decirle que, con susto y todo, la vida es un riesgo que bien vale la pena.