vendredi 8 juin 2018

La alegría de la ira - Jeff Foster

Uno de los más grandes malentendidos en espiritualidad es que no deberíamos estar enojados. Nos dicen nuestros gurús y guías iluminados que deberíamos ser pacíficos, calmados y centrados - como ellos. Deberíamos estar relajados, arraigados, equilibrados, felices. Y por supuesto, siempre deberíamos ser compasivos y profundamente amorosos el uno con el otro.
Bellos ideales. Pero ese es el punto. A nuestro niño interior no le importa ser "bueno". O "agradable". O "amoroso". O "compasivo". O "feliz".
Y nunca ha escuchado hablar de "espiritualidad".
Hay un ser interior bellamente narcisista que se siente herido, enojado, asustado, disgustado. Que no se siente no-amado, invisible e ignorado. Y cuando silenciamos este ser interior, lo reprimimos y sofocamos, hierve con furia ardiente desde lo profundo del inconsciente. Es inocente y solamente se enfurece por atención amorosa - pero no nos han enseñado esto. Nos enseñaron a temer a nuestra ira, esconderla de nosotros mismos y del mundo.
Es esta misma supresión y rechazo de nuestros sentimientos más profundos lo que crea todo el sufrimiento y la violencia en el mundo, no los sentimientos en sí, que son naturals e inofensivos.
En su búsqueda por ser escuchado, en su intento de atraer nuestra atención, la furia del pequeño olvidad en nuestro interior comienza a drenar nuestra energía vital, dejándonos deprimidos, letárgicos, exhaustos, haciéndonos querer escondernos de la vida. La furia represada alimenta nuestras adicciones y compulsiones. Genera estrés, dolor crónico y tensión en el cuerpo, alimenta enfermedades e incluso genera impulsos suicidas y homicidas, que a su vez reprimimos, negamos o tratamos de silenciar, todo en nuestra búsqueda para mantener una imagen aceptable del "yo".
No podemos destruir o cortar este ser interior. El solamente está llorando por el amor que nunca ha recibido en su niñez. Entre más tratemos de destruirlo, más trata de destruirnos. Lo que tememos y peleamos en nosotros mismos, solamente crecerá en poder.
Puede ocurrir gran curación cuando soltamos nuestros ideales creados en la mente y giramos para dar la cara a nuestra verdad viva.
Admitimos que no estamos llenos de "amor y luz y dicha" como lo hemos pretendido - sino que estamos llenos de ira. Este reconocimiento es como una muerte para el ego, una terrible derrota para las fuerzas de la deshonestidad... pero un alivio absoluto para nuestros seres auténticos.
Invitamos a toda la rabia enterrada a la consciencia, para que podamos finalmente conocerla. Conectamos con el ser interior furioso, lo sostenemos en nuestros brazos por fin, le permitimos existir, y vivir y expresarse. Le preguntamos lo que necesita, en el fondo. ¿Se siente no-amado, decepcionado, triste, olvidado? ¿Se siente rechazado, abusado, abandonado, inseguro? ¿A cuál vulnerabilidad está la ira tratando de dirigir nuestra atención? Dejemos regalar a este pequeño en nuestro interior atención fascinada, y darle un hogar y una voz. Para que ya no nos controle. Así podemos ser finalmente su padre, no su esclavo.
La ira no es mala, equivocada o un signo de nuestra debilidad o fracaso. Es un ser interior precioso que anhela ser traído a nuestra luz.
Cuando nos hacemos amigos de nuestra ira, cuando respiramos en ella, cuando la suavizamos con una atención amable, puede haber gran alegría, la alegría de la intimidad verdadera con nosotros mismos. Y podemos descubrir una paz que no es lo opuesto a la ira, sino que está justo en su núcleo. La paz de mantenernos cerca, y celebrar todo lo que somos, celebrar el gran poder de la ira que surge de manera inteligente para protegernos del daño, percibido o real.
Y quienes nos aman entenderán nuestros sentimientos de ira, y amarán al pequeño que están en nuestro interior también.

- Jeff Foster

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